martes, 1 de noviembre de 2011

Nunca se sabe

Anoche, como otras veces, vino Frankie a verme. Con el sombrero ladeado, la corbata floja y la gabardina a la espalda cogida con dos dedos se quejaba amargamente de que hubiese dejado de fumar. No acaba de entenderlo muy bien. Me temo que desconfía de la gente que renuncia a los vicios, por virtud entiende las que tiene uno de por si, como su increible voz y no aquellas que provienen de la voluntad y del esfuerzo.

Se sirvió un whisky, un malta de doce años, con un cubo de hielo, no quiere enfriar demasiado los tragos de fuego, ni matar el sabor a madera y puso música. Le tiene impresionado el CD, todo lo que le cuento de tecnología le parece algo increible y hasta creo que tiene la tentación de llevarse algún cacharro, no porque donde él está le sirva sino porque le gustan esos juguetes. Un día de estos tengo previsto enseñarle lo que es un mp4 y que vea que su música, como él, ya no está en ningún lado y está en todos

Sonrie y me pregunta sobre las mujeres y cuando le digo que me voy apañando pero que no tengo su encanto, su sonrisa crece entre pilla y orgullosa pero amistosa y me dice que todo es cuestión de actitud y de ser encantador. Entonces es cuando yo le hablo del amor y él me dice que es como la felicidad, que va por ratos. Me sirvo un whisky, el mío con mucho más hielo, y le llevo la contraria, el amor, querido Frankie, no va por ratos, sino por vidas, aunque dure un día. Sigue riendo, esta vez en alto y piensa que ese sería un buen argumento para una canción. Me cuenta que Sammy Davis se enamoró de una camarera del Flamingo que le traía por el camino de la amargura porque le quería a ratos. Claro que peor era Dean Martin que traía a todas por el mismo camino y a veces a todas en el mismo camino al mismo tiempo. Entonces yo le pregunto por Ava y él cambia de conversación. Mira el traje nuevo y me pregunta en que sastrería lo han confeccionado. Le vuelvo a explicar que esa práctica está en desuso, que las cosas ya no se hacen así y, al contrario que con los aparatos electrónicos, Frankie tuerce el gesto y dice que algo así no puede ser elegante. Me fijo y tiene una mirada en la que se lo explica todo al ver la camiseta descolorida que llevo puesta, y piensa que si estoy asi en casa es normal que lleve esos trajes sin clase. Al menos, mi corbatas le gustan y más al saber que son italianas.

Apura el trago y dice que se va, que tiene una fiesta en lo de Peter Lawford, ya sabes, me dice, buen whisky, buenos cigarros, mejores chicas y un gran piano. Me despido dándole la mano y le pido que no se demore tanto en venir a verme. Calándose el sombrero y levantando ladeada la cabeza, se sonríe y dice que nunca se sabe cuando ocurrirán las cosas. Nunca se sabe


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