domingo, 6 de noviembre de 2011

Ya nada ahora


Hace unos días le recomendaba a un compañero que leyese a Angel González, uno de nuestros mejores poetas.

De él, que fue un excepcional poeta y un grandísimo hombre, en el sentido más vital de la palabra, recuerdo un verso que siempre me llamó la atención. Es un verso dentro de un precioso poema y que recuerda otro verso de otro de esos tipos excepcionales que ha parido esta piel de toro que siempre tan injusta ha sido con sus hijos de más talento. Quevedo escribió aquello de polvo soy, más polvo enamorado que reflejaba las dos condiciones más seguras que tiene el ser humano: la muerte y el amor. Ambas con la misma certeza de producirse, la muerte como algo ineludible y el amor como algo que es o que desea ser, que deseando ser es tanto como ser cuando hablamos del amor

Angel González lo dijo mucho más bonito, con una profundidad y una belleza que eleva el alma y zarandea vigorosamente el corazón. El amor y la muerte en un solo verso: este amor, ya sin mí, te amará siempre. No hay mayor consagración, ni mayor voto que aquel que sobrevive a una de las dos certezas del hombre, la muerte y el amor porque como nos dice Angel González, más alla del polvo enamorado de Quevedo, es que aún más allá de la vida, en la muerte, el amor sigue latiendo y existiendo, no en quien sobrevive, sino en el que nos deja porque ese amor es él y él era ese amor.


Ya nada ahora


Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo

Pero nada ya ahora

-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-

podrá evitarlo:
exento, libre,

como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

este amor, ya sin mí, te amará siempre



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