lunes, 31 de octubre de 2011

Fórmulas de realidad


y2 − y1 = m(x2 − x1)


Y no hay más realidad que esa fórmula, la ecuación de la recta. La de la recta o cualquier otra. El mundo real son ecuaciones.

Comentaba ayer con alguien de amplia formación humanista que la gente de letras somos una pandilla de analfabetos que como no podemos describir la realidad de una manera directa, sencilla y real, y2 − y1 = m(x2 − x1), nos dedicamos a dar rodeos, poner adjetivos, adverbiar frases y usar miles de palabras para decir lo que la gente de ciencias es capaz de decir con apenas unas letras.

Se reía mucho al oir de forma descabellada y exagerada mi exposición de la inutilidad de las palabras y de lo vacuos que somos la gente de letras pero no dejaba de reflejar cierta sorpresa puesto que en el fondo si hablamos de imaginación, es mayor esta si somos capaces de trasladar unas letras colocadas en cierto orden a una idea concreta, si trasladamos y2 − y1 = m(x2 − x1) a la idea de recta. Transformamos y, x, m en la superficie de la mesa que soporta mi ordenador.

¿Cabe mayor sentido de la realidad y a la vez de la imaginación que una ecuación? Por un lado desmenuza la realidad en toda su identidad y por otra y a la inversa supone un ejercicio de imaginación. Así que condensamos absolutamente todo, desde las sombras de Platón a la síntesis de Hegel en unas pequeñas fórmulas matemáticas.

domingo, 30 de octubre de 2011

Destellos de luz

Las uñas fuertes y largas eran un puro artificio. En nada le servían contra la creencia extendida de que valían para tocar mejor la guitarra. Cualquier niño que recién empezase a tocar la guitarra, sabía que eran las yemas encallecidas las que arqueaban las cuerdas, las que ponían la tensión justa, en el momento adecuado para que, en combinación con los dedos que jugaban en el mástil de manera ordenada, la música saliese de la caja con toda la excelencia que era posible alcanzar entre mano y madera, yema y cuerda, hombre y guitarra, adiestramiento y duende. Cuidaba las uñas con esmero, al menos una vez a la semana acudía al antiguo Salón Higiénico Miraflores, hoy Destellos de Luz, tras hacerse con el Salón Marisol, cuando se jubiló Don Abito. Después de una vida de corte tijera por diez, a navaja, quince y veinte con loción, Marisol puso sus ahorros de diez años delante del peluquero para firmar el traspaso en una Notaría de la calle Atocha, donde un Notario afeminado y bañado en exceso en colonia, la trató con una medida desconsideración que hirió la culminación del sueño que trabajó horas y horas de cardados y permanentes, tintes y secadores. Lo poco que le quedaba de los ahorros tras el traspaso más una pequeña cantidad que le tocó de la herencia de sus padres, y que guardaba para apuros de los que nunca se sabe, los invirtió en decorar el Centro de Esteticienne a la moda, con neones centelleantes, elementos metálicos y muchos espejos con piedrecitas de colores en los bordes, como había visto en una revista en la casa de Malibú de Natalie Wood en un reportaje a todo color que rememoraba lo mejor de su vida, una vez que la hallaron muerta al caerse de un yate. Una especie de panegírico postmoderno que por aquel entonces, aún no habiendo alcanzado los ecos de lo que es hoy en día, ya prometían carne couché a todo color.

Andrés, el Cascales, tocaba la guitarra desde antes siquiera poder sostenerla. Contaba, en noches de fino y quinta, que se recordaba a sí mismo, a los pocos días de nacer, tocar la guitarra de forma imaginaria desde el arcón que le servía de cuna y que esa misma melodía fue la primera que arrancó a la guitarra cuando tuvo suficiente edad para mantenerla en su sitio aunque le costase llegar al final de toda ella. Si el fino había sido buen compañero, a modo de cierre de la historia y dándose toda la importancia que podía sin caer en lo cómico, terminaba contando que un director de orquesta alemán, en visita por Madrid, y tras quedarse embebido con su arte, le contó que eso mismo, lo de la cuna, le había pasado al mismísimo Mozart.

¡Cuídame las manos, niña! decía con cierto aire estudiado Andrés al entrar en el Centro de Esteticienne. ¡Cuídame las manos, que es cuidar el arte! apostillaba, con la voz un poco engolada, el pecho lleno de aire estirando la camisa blanca de franelilla y andares copiados de las películas de Dean Martin. Marisol atendía al guitarrista personalmente, y no por la propina generosa, por encima de lo que podía permitirse, que siempre le daba con pose de duque, en un pretendido gesto sin importancia pero que más bien parecía un lance del toreo por lo lento y lo mucho de dejarse ver que tenía. Cada cual juega sus bazas y aquellas eran las que tenía y en las que creía el Cascales y las que le admiraban a Marisol. Entregada y arrobada, hacía gala de sus mejores artes y limaba cada uña con un movimiento continuo y único, según le había enseñado Françoise, que había trabajado en Paris, en un salón de Montparnasse y que encandilaba, a decir de ésta, a los caballeros ingleses que estaban de paso por la ciudad de las luces. Como todas las historias, la verdad tenía poco de verdad, y menos aún interesaba que lo fuese, y tanto daba si Françoise era Paquita, Montparnasse eran las afueras, Val d'Oise y los caballeros ingleses, una partida de obreros que habían trabajado el acero en Sheffield durante las huelgas.

A Marisol le encantaba oir las historias de Andrés sobre la gente famosa que conocía una y otra noche en el Tablao del Cojo, lugar imprescindible de nobles, señoritos, actores, políticos, toreros y cuanto era alguien aquí o fuera de la piel de toro, como poéticamente decía el Cascales, a oídas de un periodista del ABC que gustoso de repetirlo, creo fama y se extendió entre todos aquellos que querían y creían hablar bien. Andrés presumía de que si tal se había acercado a felicitarle, si el otro se lo quería llevar a Hollywood, pero que le dijo que no, porque nunca le gustaron los barcos y menos los aviones. Los pájaros tienen alas y nosotros manos, por algo será, que los pájaros no tocan la guitarra. Ella asentía embobada al relato del guitarrista y se decía que cuando su centro de estética le reportase unos buenos dineros iría al Tablao del Cojo, compraría un vestido de seda china, pediría una buena mesa cerca del escenario e iluminada para que se la viera y bebería un benjamín de champán, que le encantaba como jugueteaban las burbujas en su nariz.

Andrés ponía sus manos en la manos de ella y miraba sus ojos redondos y ligeramente violetas, las pecas que hacían manchas y los rojos, naranjas y ocres que salteaban su melena recogida en moño de apuro. La amaba, la amaba desde los tiempos en que Marisol apareció por el barrio. Cada noche, cada interpretación, el alma en cada traste, el corazón, el rosetón y el amor en cada rasgo de cuerda llevando su nombre.

El Cascales anduvo con algunas mujeres para aliviar humores propios de los hombres y se daba al quite con una camarera del Tablao, a escondidas, porque el Cojo era mirado para los líos de faldas en su garito y porque además, guardaba cierto arrobamiento con la Loles, algo adolescente y celoso, de esos de cuarto oscuro, deseo tapado y precocidad entregada. Así que la Loles se cubría de necesidades con Andrés, sin más pretensiones que las propias del trajín y la diversión, porque tenía claro donde estaban los cuartos y el Cojo, satisfactorio o no, tenía un capital y era generoso con la Loles, como lo es un enamorado que debe algo a la amada. También le hacía a la chica de la pensión donde se alojó antes de vivir en el pisito que ahora ocupaba. Pasaba alguna tarde de visita en la pensión, tomaba el café con Doña Inés y cuando ésta se quedaba dormida, en un cuarto el guitarrista restregaba la tarde y la Lupe se empeñaba en enamorarlo y abrir con él su propia pensión donde los huéspedes le llamasen Don Andrés y a ella Doña Lupe. Ninguna fue para Andrés lo que ella, ninguna era él y su guitarra, ninguna eran sus manos, ninguna era la esperanza y la cante. Solo ella, Marisol.

Un día de otoño, de ese otoño madrileño de cielo azul brillante y limpio, que empasta el suelo de hojas húmedas, la historia tantas veces contada sin el menos atisbo de verdad por el Cascales, se volvió tan real como cuando trajinaba con la guitarra y le afilaba hasta la última nota que tenía aquella madera seca. Verdad y punteo, sueño y cuerda, realidad y melodía. Su guitarra y él, en uno, en algo más que uno, en uno con alma, en alma trascendente que habla en seis cuerdas y dice más de lo que ninguna palabra puede decir. Un empresario gallego le ofreció llevárselo a la Argentina formando un espectáculo de flamenco bueno, dirigiendo su propia compañía. Haría dinero, alcanzaría la fama, atronaría teatros en el mundo. Buenos Aires, Santiago de Chile, La Habana, Miami, Nueva York, rendidos al duende del Cascales y su guitarra.

Ese día, pocos antes de partir, espero en la esquina de la mantequería a que Marisol cerrara la peluquería. Se acercó en el momento del estruendo del cierre y Marisol se sobresaltó, pero ningún sobresalto como cuando Andrés le contó todo, esta vez, sin pretenciosidad, dejando que la verdad hiciera el juego que nunca antes pudo hacer, sin impostura. Le contó, la hizo imaginar, le confío sus esperanzas y la mayor de ellas, volver, volver con ella, volver para ser marido y mujer. Volver envuelto en famas y dineros, volver con ella y a por ella. Postales desde Pan de Azúcar y fotos desde el puente de Brooklyn, cartas desde el Malecón, crónicas de concierto desde Montevideo y promesas de volver pronto desde el Gran Rex. El tiempo, los meses y el año y la prometida vuelta anunciada desde el puerto de Buenos Aires, el tiempo justo para preparar la llegada, apenas unos días y el futuro sin escribir y maravilloso.

La primera edición de la mañana hablaba de una gran tormenta en las Azores y del barco Horus III desaparecido. Buques de las Armadas portuguesa y española parten en busca de supervivientes. La soledad y lágrimas en Destellos de Luz.


El eslabón más debil


Cuando medimos nuestra fortaleza o la de un grupo a menudo pensamos en los puntos fuertes que tenemos o tiene el grupo para establecer cual es la capacidad de resitencia y empuje que tenemos o tiene el conjunto.

Evaluamos nuestros puntos positivos y en que grado los tenemos y hacemos una proyección de los mismos y calculamos como de fuertes somos y potencialmente podemos ser. Con esa sensación, con esa percepción enfrentamos retos y desafíos y soportamos y aguantamos circunstancias y avatares.

Sin embargo, la experiencia nos demuestra que la cadena es tan fuerte como el eslabon más débil. Por más que toda la cadena sea del mejor acero reforzado, un eslabón algo más débil, será el que marque la fortaleza. Hasta tal punto que la fuerza y resistencia de todos los demás queda anulada en función de ese eslabón más debil.

Así nosotros, que confiados en las virtudes que tenemos afrontamos la vida confiando en nuestra fortaleza, olvidamos a veces nuestro punto más débil no resiste y por ahí toda la cadena fuerte y poderosa, queda rota.


jueves, 27 de octubre de 2011

Lo que no se dice


Una de cosas más difíciles de entender un idioma no consiste en entender lo que se dice, sino lo que no se dice. En la práctica cuando hablamos decimos muchísimas frases que son entendidas dentro del contexto y la situación en la que estamos pero también omitimos muchas frases que se deberían entender dentro del contexto y la situación. En ámbito reducido hay palabras que en tienen un significado en un contexto y hay otras que no dichas también lo tienen. Todo esto lo podemos llamar percepciones, leer entre lineas, establecer presunciones o meramente intuición pero en definitiva es entender lo que no se dice.

El caso es que haciendo uso del aforismo valgo más por lo que callo que por lo que digo creo que en el fondo tiene más valor todo aquello que callo que aquello que digo. Porque a la hora de decir tengo miedos, verguenzas, pudores, deberes, inconvenientes y circunstacias mientras que cuando callo soy libre de toda atadura. De esa manera cuando callo no digo todo lo que quiero decir, no hablo lo que quisiera hablar y no tengo miedo de callar, ni verguenza de no decir, ni pudor de no contar. Se que con esto impido a quien me escucha saber lo que soy en verdad que siempre es menos que lo que digo. Sirva también el aforismo de soy esclavo de mis palabras y dueño de mis silencios que no por repetido y sabido deja de encerrar una sabiduría de una simpleza absoluta.

Entonces, y debido a todo lo anterior, debemos manejar el entendimiento de lo no dicho, de lo que se dice sin decir y aquel de nosotros que interprete mejor esas ausencias, esos silencios y esas palabras no dichas nos llevará una larga ventaja porque está más cerca de comprendernos que cualquier otro. Siendo consciente de esto, algunas veces, tratamos de decir sin llegar a decir, y aunque pensemos que dejamos un rastro claro del que tirar pueden ser como las migas de Pulgarcito, que se la comen las palomas. El tiempo y la experienciaía nos llevan a saber lo que dicen los silencios de los más cercanos pero me estoy refiriendo al amplio mundo ordinario que es con quien más cuesta entenderse.

Personalmente lo hago fatal, no consigo interpretar los silencios y saber el significado de las palabras nunca dichas. Al contrario, espero que los demás si entiendan lo que no digo porque por pudor y miedo no lo diré aunque lo esté gritando en silencio . ¡Que dificil es entender lo que no se dice!

miércoles, 26 de octubre de 2011

¿Necesidades?

A veces explicar las cosas bajo parámetros de la propia naturaleza del hombre resulta un poco simple porque la propia idea que tenemos de nosotros mismos es la de sofisticación y perfeccionamiento gracias a la inteligencia. De tal manera que, para explicar determinados comportamientos acudimos a explicaciones sedudas, a cadenas causa-consecuencia y a razonamientos elaborados.

Sin embargo, naturalistas e investigadores tienden a decirnos que no hacemos más que repetir patrones animales pero condicionados por las habilidades y capacidades que tenemos como humanos. Así, de esta forma, la supervivencia, que englobaría todo el resto de razones animales instinto, miedo, reproducción... le hemos dado respuesta humana. Para sobrevivir hemos creado e inventado mil objetos físicos y mil sistemas virtuales que nos ayudan a vivir más y mejor.

Uno de los componentes de la supervivencia es la necesidad. Necesitamos comer, dormir, beber, abrigarnos... y al sentir esa necesidad le hemos dado respuesta, cada vez mejor y más eficaz hasta satisfacerla. Y no hemos dejado de necesitar cosas o necesitarlas aun mejor porque tenemos la idea interiorizada en los genes de que cuanto mejor respuesta demos, mejor y más viviremos.

Entonces, cabe preguntarse si ese mismo mecanismo opera con todas las cosas y si cuando no hacemos algo o pasamos en realidad es porque no lo necesitamos porque, de necesitarlo, ¿no le daríamos satisfacción o lo intentaríamos?



 

martes, 25 de octubre de 2011

Las cuentas del Gran Capitán

Modesto Lafuente lo contaba como hecho cierto aunque hay más de alguna duda de que fuese así. El caso es que la leyenda habla de las cuentas del Gran Capitán y nos viene muy a juego para hablar de cuanto llegan a cabrear algunos.

Su Primera Católica Majestad Fernando V de Aragón envió a Don Fernando González de Córdoba a conquistar el Reino de las Dos Sicilias que también disputaba el Rey de Francia, que ya se había apoderado del Ducado de Milán. Como ven, la rivalidad en la moda viene de lejos.

Siendo nuestro Gran Capitán, valiente guerrero y avezado general venció en sucesivas batallas a las tropas del de Anjou y conquistó con loor, gloria y maestría, Napolés y Sicilia para mayor gloria del Reino de Aragón y del futuro Gran Imperio Español donde no se pondría el sol.


 


Habiendo conquistado las tierras y pasando estas con todo lo que poseían a manos de los Reyes Católicos, el monarca en un afán de cabrear más que otra cosa, envió requisitoria al Gran Capitán para que diese debida cuenta de los dineros gastados en la conquista de las tierras italianas. El general español, irritado por la impertinencia y pasando del que dirán, le contestó al aragonés rey:

"Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas.

Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario.

Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla.

Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.

Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino"



Y es que puestos a tocar escondidas y pudendas partes, tampoco hay mucha diferencia entre majestades, noblezas y villanos, que uno aguanta hasta donde puede y más allá sólo Dios sabe como acaba la cosa porque metidos en cabreos cuando llega la calma ya ha jurado uno lo injurable, ofendido lo ofendible e ido más lejos de lo que el sano juicio recomienda. Y es que no haya nada más inaguantable que alguien queriéndote cabrear.

lunes, 24 de octubre de 2011

Ocasos

Se ajustó el pañuelo al cuello con un mimo y detalle que no recordaba desde hacía casi una década. No necesitó esfuerzo para acordarse de la última vez, el bautismo de su nieto Javier, un mes antes del fallecimiento de su mujer. Siempre fue un hombre coqueto al que le gustaba lucir impecable. En sus tiempos de Interventor del Banco Pastor, Maite, su mujer, le preparaba la ropa cada mañana mientras se afeitaba. Traje, camisa, corbata, zapatos brillantes y gemelos que lucía de buen porte. De los zapatos, se encargaba él mismo; los domingos por la tarde, mientras escuchaba el Carrusel Deportivo en la radio, abrillantaba los zapatos de la familia. Decía que era de las cosas buenas que le había enseñado la mili. El espejo le devolvía tras el pañuelo imágenes de aquellos tiempos.

Eran las 6 de la tarde y ya estaba perfectamente arreglado, tanto que, al sobrarle tiempo, le entraban las dudas sobre si era mejor llevar aquella otra camisa, esa chaqueta o el pañuelo que le regalaron sus hijos para Reyes. Llevaba tanto tiempo alejado de estas tesituras que había pasado mala noche, despertándose a cada rato y desde el principio del día estaba notoriamente nervioso.

Extrañamente, mostraba una prisa inusitada al recoger la mesa y componer la cocina. Hasta había apurado a sus nietos que se dieran prisa con el postre, lo que resultaba realmente desacostumbrado puesto que, en la medida en que podía, intentaba alargar siempre el estar con sus nietos. Aquel día, sin razón aparente, regaló un billete de cinco euros a sus dos nietos para que comprasen chucherías. Le dijo a su hija, sorprendentemente, que debería ir más a la peluquería y que habían abierto una nueva junto al concesionario de coches que llevaba una chica muy moderna y simpática. En ese instante fue cuando su hija reparó en su nuevo peinado y en el colorete que avivaba sus mejillas, pero no dijo nada y a cambio recibió una sonrisa cómplice y amplia.

El Centro Social del Distrito no era gran cosa, un edificio de ladrillo de forma caprichosa, que no se justificaba ni por estética, ni por un aprovechamiento del solar. Cada jueves y martes había bailes de salón. Pablo se había apuntado este septiembre animado por su amigo Félix, que ya llevaba un año asistiendo a bailes de salón, dos horas, dos días, cada semana. Desde el principio se encontró a gusto, siempre le había gustado bailar y encontró a otros vecinos del barrio con los que había mantenido una buena relación. Lourdes se había mudado hacía poco al barrio. Cerró su casa de toda la vida, abandonó a sus amigas, su barrio y se vino a vivir con su hija. Necesitaba ayuda, una pequeña enfermedad, muchas horas de trabajo, dos críos y un divorcio duro y complicado. En el fondo a Lourdes, desde que se quedó viuda, ya nada le ataba a aquella casa, demasiado grande, demasiado oscura.

Félix fue el primero en reparar en ella. Era nueva y Félix todo un veterano en aquel centro. Luis la había visto ya antes de que su amigo se lo comentase. Lourdes era alta, nervuda, de espalda recta y huesuda. Con ojos color miel. Subida sobre los tacones bailaba con gracia y ritmo. La primera vez que hicieron pareja ya se conocían. No sólo los habían presentado, sino que se habían observado tarde tras tarde a lo largo de un mes. Por ello, esa primera vez no pareció la primera. No sólo era por el acoplamiento como pareja, ni por no fallar en ningún paso, ni siquiera por mantener el ritmo de la melodía como si llevasen bailando años. Sobre todo, no fue la primera vez por cómo se ofrecieron las manos, por cómo las cogieron, por cómo dejaron que su cuerpo fuera abordado por el otro y por cómo se miraron. Nadie en el salón hubiera dicho que nunca antes habían bailado juntos. No hubo la habitual desconfianza ante el desconocido, no hubo la prudencia propia de quien no se ha tocado, no hubo el recelo habitual de lo extraño. Desde el mismo instante en que se supieron pareja de baile, todo pareció cobrar sentido bajo los sones de la bosanova.

Reconocieron lo vivido en lo que vivían. Él veía el rostro adolescente del amor en las arrugas y la flacidez de Lourdes. Ella sentía como poderoso el abrazo en que la envolvían unos brazos que ya no tenían fuerza. Las manchas de sus manos eran pecas y lunares que contar. Atusaba su pelo con las manos creyendo encontrar una melena donde sólo había unas marcadas entradas. Se veían como eran y como eran hace 50 años. Todo aquello que tenían delante de sus ojos era como se mostraba y como fue. No sólo ellos. Sus sensaciones, sus sentimientos, sus deseos eran los mismos que hacía medio siglo. Poco importaba que su cuerpo estuviese apagado, porque el despertar del amor hace revivir el alma pero también el cuerpo. Vuelve el vértigo en el estómago, la tensión en la piel, las faltas de atención mientras se viaja en la mente, los pálpitos, los suspiros, la sonrisa al dormir.

El vino ha atemperado nervios. Burdeos, carnoso, suave, profundo, como la misma noche, como el restaurante, como el beso de la despedida, en el portal, como a los quince años. Un nuevo amor, amor sin futuro, con fecha de caducidad. Amor que nace hoy y puede empezar a olvidarse mañana. Amor sin proyecto, sin camino, sin horizonte común. Sólo el amor, por el amor. Amor en esencia, sin entregas, sin renuncias, sin sacrificios, sin recompensas. Amor sin olvidos, sin prisas, sin etapas. Amor, limitado, corto. Amor en el ocaso del sol. Un beso para nombrar lo que no se atreve a pronunciar: amor

domingo, 23 de octubre de 2011

Una noche de paz

El otoño de 1914 fue muy duro en los campos de Ypres. Más de doscientos mil jóvenes habían muerto en el mes que duró esa batalla. Tras aquello llegó la llamada Guerra de Trincheras que se estancó durante cuatro años en la que se había conocido en su inicio como la guerra para terminar todas con todas las guerras. No durará mucho, en Navidad estaréis en casa dijeron a toda una generación de europeos.

La vida en las trincheras era el horror en una zanja llena de barro. Continúos bombardeos, uso de armás químicas, asaltos a pecho descubierto, tensión y nervios. Un despiste, una elevación excesiva en la trinchera suponía un tiro solitario de los tiradores enemigos y la muerte. Aquella vida en el fango dio lugar al llamado Síndrome de las trincheras

En la noche del 24 de diciembre de 1.914 los mandos ingleses habían repartido octavillas advirtiendo a sus soldados que no se descuidase la guardia por más que esa noche fuese una noche de fiesta, corría el rumor de que las tropas alemanas aprovecharían la ocasión para atacar.

De repente, desde las trincheras inglesas, belgas y francesas empezaron a ver unas extrañas luces en las lineas alemanas. Avisados los oficiales británicos, estos observaron con prismáticos que los alemanes sostenían unos árboles de navidad con velas en las ramas, costumbre que luego se extendería por toda Europa. Los ingleses descargaron una andanada de fusilería que no les fue devuelta contra la costumbre establecida, aún al contrario empezaron a oir una tonada que les resultaba familiar a pesar de que se cantase en alemán: Noche de Paz. Los ingleses llevados por la nostalgia de sus casas y el sentimiento de la noche que era aplauden el villancico y empiezan a cantar otro que a su vez, al finalizar, es aplaudido por las tropas del Kaiser y durante un rato se turnan cantando villancicos y aplausos.

Los ingleses levantaron un pizarrón que ponía Feliz Navidad, un soldado alemán salió de la trinchera con un arbol, tiró el equipo y se dirigió al frente aliado, le siguieron unos compañeros con las manos en los bolsillos para que supieran que no llevaban armas. Al estar cerca gritó Feliz Navidad y un chapurreante Si nosotros no disparamos, vosotros tampoco. Unos y otros fueron saliendo a la Tierra de Nadie, retiraron los muertos que había, ayudándose en la penosa tarea. Un sacerdote ofició los enterramientos en dos zanjas pegadas. Los jovenes que allí estaban empezaron a intercambiar presentes, comida, barras de chocolate, latas de carne en torno a los fuegos que les calentaban. Comentaban cuan hartos estaban de aquella guerra, enseñaban fotografías de sus familias, se animaban a cantar y a compartir una verdadera noche de paz. Al día siguiente oficiaron una misa, compartieron la comida, bebieron vino, cantaron de nuevo y hasta jugaron un partido de futbol mientras las noticias llegaban a los Cuarteles Generales de ambos mandos que ante las inquietantes nuevas llamaron a los oficiales y exigieron que se reanudara la guerra. Los oficiales, tan hartos como sus soldados, negaron, hicieron caso omiso, asintieron sin más, pero no reanudaron la lucha pese a las amenazas de Consejos de Guerra.

A las 8.30 de la mañana del 26 de diciembre el Capitán C.I. Sockwell de los Royal Welsh Fusiliers se puso de pie, hizo un gesto de saludo a un oficial aleman, levantó su brazo y pegó tres tiros al aire. El oficial alemán devolvió la cortesía, camino a su trinchera seguido por sus hombres y dió dos tiros al aire.

La guerra se había reanudado



P.D. Muchos recordarán la canción de Paul Mc Cartney , Pipes of Peace, que está basada en esta historia y en el 2005 una película llamada Feliz Navidad del francés Christian Clarion.

sábado, 22 de octubre de 2011

La infinita imaginación

Si alguien me preguntase, que no lo harán, salvo que andemos muy bebidos de vodkas, ¿qué crees que es lo esencial del hombre? Le respondería que la imaginación.

Si algo nos hace lo que somos es que gracias a la imaginación somos lo que somos y todo aquello que queramos ser. La imaginación es infinita y lo es en términos de cantidad y lo es en terminos de variación. Podemos imaginar lo pasado, lo que ocurre en el momento y lo que pasará mañana o en mil años. Podemos imaginar en colores, sin colores, en formas, en plano, en las dimensiones que queramos. Podemos percibir emociones, olores, sensaciones, podemos sentir bienestar imaginando algo plancentero, excitarnos pensando algo sensual y cualquier otra emoción que se pueda desear tener.

El hombre como ser imaginativo, es capaz de prever futuros mundos, de pensar en soluciones, de adelantarse a los acontecimientos, de recrear escenas pasadas, de juntar datos y extraer conclusiones hasta tal punto que si podemos imaginar algo podemos comprenderlo y para comprender algo sólo tenemos que imaginarlo. Así de poderosa es esta cualidad de representar visual y virtualmente objetos, situaciones y experiencias porque no sólo nos permite crear en nuestro interior sino que además podemos guardarlo en nuestra memoria una vez imaginado.

Si hacen la prueba en este momento y piensan en algo que deseen mucho, podrán situarlo, ponerle temperatura, sensación, emoción, sentirlo, modificarlo, perfeccionarlo y cogerlo todo y guardarlo en la memoria y esta noche al recordarlo, sentirán lo mismo que ahora, pero con la posibilidad de mejorarlo. También para lo malo, recuerden.

viernes, 21 de octubre de 2011

Cuando no estás

Cuando no estás las fuerzas del universo juegan conmigo. El día se alarga eternizándose, como si no tuviese fin, sometido a un proceso de expansión que hace que cada hora sea un año y cada año, mil. Es un juego perverso porque mientras se hace imposible de acabar, cada instante siguiente es una esperanza de tenerte, de saberte, el momento se renueva en si mismo y trae otro que agota en la nada pero que anuncia otro en el que es posible que vengas a mi o que vaya a ti, aunque sea cruzando ese universo que juguetea y me desgasta.

Cuando no estás las calles son acontecimientos que contarte, un mapa abierto y vivo donde suceden cosas que grabo en mi mente para contarte o para inventar esas historias que te gustan. Cuando no estás paseo a tu lado y te cuento y te digo y te explico el porque de las cosas y me fijo en tu mirada que me mira y que mira al mundo y creo que soy ese mundo y que todo empieza y acaba en mi. Cuando no estás imagino conversaciones que tendríamos y que nunca tendremos porque los momentos que pasan se escapan como se escapan los días cuando no estás

Cuando no estás pido tus platos, bebo tu vino y siento que te gustan, que disfrutas con ellos y busco esa luz que te hace estar cómoda y tranquila, para que allá donde estés, no te sientas molesta por la luz que llega a mis ojos. Cuando no estás los paseos a casa no son lentos, ni esconden una promesa, quiero acabarlos pronto para enfrentarme como pueda a la soledad.

Cuando no estás me despierto y tu nombre viene a mis labios, me pregunto que harás y si te acordarás de que existo. Cuando no estás me duermo con tu nombre yéndose de mis labios y me pregunto de que estarán llenos tus sueños. Cuando tu no estás mi corazón está tenso y duro, mi rostro triste y feo, mi cuerpo frágil y debil y anhelo respirar el aire que calienta tu aliento cercano. 

Pero no estás, nunca estás.



jueves, 20 de octubre de 2011

Pasiones


Dentro de la física y la matemática las cosas encuentran un desarrollo objetivo, uniforme y previsible. A tales condiciones, tal respuesta y a tal formulación, tal resultado. Es un mundo medible, reconocible y que se puede anticipar. Incluso para conocer aquello que aún desconocemos estos instrumentos, y no otros, serán los que tengamos que utilizar. 

Ahora bien, en todo aquello que tiene que ver con el ser humano y la forma de manejarse en la vida, influyen sentimientos y sensaciones que tienen un reflejo distinto en cada sujeto y además en sí mismo; antes de ser proyectado por una persona, ya es conceptuado de manera distinta. Dado ese carácter, las formas en que se manifiesta resultarían infinitas puesto que además es mutable, cambiante con el tiempo, ya sea días por estado de ánimo o años por experiencia o incluso cambian según el ambiente. Queda claro que el mundo interior que cada uno tiene con respecto a las cosas es infinito y de ahí que el mayor esfuerzo se nos vaya en comprender a los otros, a los que, por general, tendemos a catalogar según nuestra propia percepción de los sentimientos y las sensaciones. 

Uno de esos sentimientos es la pasión, sin duda uno de los sentimientos que me parecen más sugerentes y que más son capaces de modificar las cosas. Si hay pasión el mundo se vuelve un sitio extremo, una mundo a vida o muerte, donde sólo cabe desolación o el paraíso. Cuando la pasión te alcanza nada nos es limitado, creemos que podemos con todo y no vacilamos en mover montañas y secar mares con tal de dar rienda suelta a una pasión que nos enloquece. Todo se vuelve pequeño o enorme, rojo o negro, abrasador o helador según nuestra pasión sea satisfecha. 

Un café, un simple café azucarado con pasión resulta más excitante que una hazaña o aventura porque en ese café condensas todo lo que querrías ser, beber, ser bebido, agotarlo, estar en los labios de quien te bebe, azucarar su interior, despejar su mente. Cualquier cosa entregada a la pasión se multiplica sin fin, se hace eterna pero a la vez instantánea porque es insaciable y necesita más en un pozo imposible de llenar y al que sólo colmas en pequeñas cantidades porque el hambre siempre es superior. El hambre por la persona, el apetito por el otro, la indómita necesidad de entregarse y que se entreguen. Disfrutar mientras está y también sufrir mientras está por cuando no esté. Una montaña rusa de sentimientos, sensaciones, arrojos, egoísmos, generosidad, posesión, entrega. Extremos que se tocan, círculos que se alimentan, manos que exploran, trozos de alma que se van con los besos, orgasmos de vida, corazones heridos y lacerantes, cuerpos fundidos y rotos. Pasión que te devora mientras devoras, placeres que agotan, vidas en el precipicio, delitos sin penar, bocas en lucha y un inequívoco, vigoroso, impune y egoísta deseo de que todo el mundo sólo sea el otro y no haya más.


miércoles, 19 de octubre de 2011

Un momento único



Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo 


Recordaba ayer esta idea de Flaubert y pensaba que ya no es un momento único, que quizás, el hombre definitivamente esté solo. No es que hable del Dios cristiano y de la falta de fe. No es la interpretación vulgar del Dios ha muerto de Niesztche, o la anterior de un joven Hegel o simplemente de los primitivos germanos que creían que todos los dioses tienen que morir. Ni siquiera es el materialismo histórico de Marx y su opio para el pueblo referido a la religión. Es algo más. Es la falta de trascendencia. 


En la idea de Flaubert, apreciamos un valor excepcional del hombre. Ensalza el momento único, luego se repitió, de Cicerón a Marco Aurelio en el que el hombre se guió a si mismo, se ordenó y se gobernó con valores estrictamente humanos, sin ingerencia de Dios y de dioses, de providencias y dádivas, de vidas eternas, olimpos y paraísos eternos. En realidad, Flaubert describe un hecho, no lo valora, pero no podemos dejar de apreciar cierto brillo, cierta admiración, cierta fe en el hombre y es reconfortante ver como habla con satisfacción de lo que el hombre puede hacer por si solo. 






Pero me pregunto si no habremos llegado justo al punto contrario, si no habremos despojado de cualquier idea de trascendencia al hombre y sus ideas. No me refiero a fe, ni a promesas de vidas eternas, a Dios y dioses paternalistas y providentes sino a encarnar tanto este mundo, que ya no haya sitio para lo que no es carne, que no hay sitio para lo trascendente, para lo superior, para lo ideal. Me pregunto si a base de humanizar, lo que otros llamarían deshumanizar, no hemos reducido demasiado la aspiración, la trascendencia, la consciencia de un deber por encima de la propia y limitada existencia. Es como si con el tiempo, el hombre que era llamado a trascender se hubiese ido limitado a vivir, cuando no a sobrevivir. Hubo un tiempo en que la vida era tan corta que el ser humano necesitaba pensar en otra eterna. Hubo un tiempo en que la vida era tan dura que necesitaba creer en otra ausente de sufrimiento. Ahora que la vida es larga, ahora que el sufrimiento no es la tónica habitual, nos hemos olvidado de lo ideal, de la trascencencia. 



No me refiero a vidas después de la vida, ni a recompensas, ni a aquello que movió a otras generaciones antes que la nuestra pero si a la necesidad de explicarnos, a la necesidad de entendernos y trascender. No digo que necesitemos un Dios por encima de nosotros pero me pregunto si no necesitamos esas aspiraciones, esas preocupaciones por todo aquello que nos supera, que va más allá de nosotros y nuestra limitada existencia. Puede que sólo estemos sumando una existencia a otra posterior y a una anterior pero que no estemos sobreponiendo una a la otra y una antes para que formen un todo que nos dirija a algún sitio. Antes era Dios, incluso un tiempo, el que nos cuenta Flaubert, o el que luego recogieron los ilustrados, que fue el hombre, pero ahora no se donde vamos, ni siquiera donde podemos ir.

domingo, 16 de octubre de 2011

Los principios y el final

En el mundo, y en esa expresión englobamos todo lo concebible y lo que no, los principios son muy importantes y así deberíamos saberlo y reconocerlo. No digo esto por un mero convencimiento de que los buenos principios constituyen un mundo mejor o que estos u otros son los que hay que tener y llevar a cabo. Por supuesto, tengo los míos y mis ideas y creo que son los mejores y que deberían realizarse para que este valle de lágrimas fuese más de sonrisas pero no me refiero a eso. Simplemente me refiero a que el mundo si algo contiene son principios y que estos determinan nuestra vida, la mayoría de las veces de manera desconocida y algunas veces, sabiéndolo.

Nuestra mundo occidental es monista, se funda en el Monismo, que no es más que creer que todo nace de un sólo Dios, el Bien y también el Mal. No porque Dios, como tal, cree el Bien y el Mal sino porque permite el libre albedrío de los hombres y que por lo tanto pueden elegir . Al contrario, y se da en Oriente, el Dualismo establece dos fuentes, dos orígenes, uno para el Bien y otro para el Mal, que siempre andan en conflicto en el mundo y en la persona.

Alla por el siglo XIII hubo una secta de la que ultimamente se habla mucho entre códigos, magdalenas, griales y otras gaitas: los cátaros. Esta ¿herejía? consistía en ser dualista dentro del catolicismo. En base a una interpretación de un versículo de San Juan los cátaros llegaron a la conclusión de que el Bien provenía de Dios y frente a Él estaba el Diablo del que surgía el Mal. Ante esta fe sólo cabía, por lo tanto, negar el monista catolicismo, que era obra del Diablo.

Claro que el catolicismo no se quedó tranquilo esperando un debate sobre la cuestión sino que montaron una cruzada para liberar a la Cristiandad de tanta herejía y en concreto de la cátara que se había extendido por la tierra de la lengua de Oc, el Languedoc

Y he aquí cuando entroncamos con los principios que conforman el mundo, lo sepamos o no, participemos o no de ellos. En esa tierra, sur de Francia, el Roselló, partes de Aragón, Cataluña y Navarra, Simón de Monfort, jefe de los Ejércitos Cristianos ante la imposibilidad de distinguir a católicos de cátaros, que convivían en la zona, dijo "Matadlos a todos y que Dios escoja a los suyos"

Como ven, que se interprete de una manera u otra un versículo del Evangelio de Juan da para que a uno sin comérselo ni bebérselo le corten el cuello. Y es que los principios, como la propia palabra expresa, son el origen de las cosas, la idea que inicia algo y ya ven como son trascendentales incluso cuando parecen no afectarnos siendo el origen de nuestro final.

Pongan a Popper en su vida

"No soy amigo de dar muchos consejos"es la frase preferida, a modo de disculpa a priori, de quien te va a dar uno inminentemente. El caso es que si los amigos de no dar consejos suman cuantos consejos han dado a lo largo de su vida quizás deberían cambiar la frase y decir que "Soy amigo de dar pocos consejos". Se ajustaría más a la realidad.  Habrán adivinado, a estas alturas, que todo esto es para justificar que les voy a dar un consejo y que no soy amigo de dar muchos consejos o mejor dicho y al contrario, ya verán por lo del contrario, soy amigo de dar pocos consejos. Mi consejo es que pongan a Popper en su vida.

Karl Popper es uno de los más brillantes pensadores del siglo XX, formado en la convulsa y brillante Viena de las primeras décadas del siglo pasado. Una de las grandes aportaciones de este pensador a nuestro pensamiento fue la llamada falsación como método deductivo para el conocimiento científico. No se alarmen, detrás de tan rimbombante concatenación de términos hay algo muy sencillo y útil. Simplemente se trata a base de descartar afirmaciones que se comprueban falsas y así, una tras otra, acotar, demarcar, ir acercándomos a la realidad constatable.

Para demostrar el caracter falsable de lo que decimos debemos enfrentarlo con su contrario y es aquí donde Popper nos puede resultar tremendamente útil. En un momento de desesperanza e infinita pena tras una ruptura sentimental decimos "jamás seré feliz" y durante mucho tiempo creeremos que es así. Pero si por un momento nos paramos a pensar cuanto de cierto tiene esa proposición y hacemos caso a Popper y falsamos enfrentándolo a su contrario "siempre seré feliz" enténderemos que esto último es imposible de ser asegurado y por la misma razón y causa afirmar que "jamás seré feliz" es rotunda y científicamente falso. Es cierto que este conocimiento no nos dice como ser felices, pero si que podemos serlo, o al menos que no podemos no serlo; a partir de ahí debemos seguir preguntándonos.

Si hacen la prueba con cualquier otro ejemplo de esas afirmaciones rotundas que solemos hacernos a nosotros mismos "no valgo nada", "no puedo gustar a nadie", "nadie me quiere" o cualquier otra que tenga en su cabeza, y sobre todo cuanto más absoluta y general sea, deducirán científicamente que es falso y que nada de lo que creemos un impedimento absoluto realmente lo es. Así que hagan caso de este consejo, pongan a Popper en su vida, y cuando piensen que algo es así prueben a comprobarlo, falsarlo, con su contrario, verán como se dan cuenta de que la realidad es otra.

lunes, 10 de octubre de 2011

El infierno de Dante

Abandonen toda esperanza los que entren en este lugar 

Esa es la leyenda que según Dante hay en el cartel colgado en las mismas puertas del Infierno. No se si están familiarizados con este infierno que Dante nos presenta pero sino lo están, permítanme que sea quien les anime a hacerlo y que a modo de muestra les cuente algo e incida en un pequeño detalle de tan fantástico y aterrador viaje. 

Dante nos presenta el mal en sus variadas formas y como está dentro del hombre mismo, el Oscuro Bosque del Error, el lugar donde se contienen los pecados en el alma de Dante, y nos cuenta una viaje hacia la salvación, un éxodo, como el de los judíos, en busca de la liberación, pero en este caso la redención del alma. Para ello, para acompañarle en su viaje, le asiste el mismísimo espíritu de Virgilio, representando la grandeza del clasicismo y la sabiduría. En su viaje debe descender nueve círculos hasta llegar a Satanás y en cada círculo los pecados son más graves y los pecadores se enfrentan a castigos más severos. Dante dibuja un infierno real, de carne y hueso, de desgarro por la tortura, gritos de dolor y castigos terribles y sin ninguna esperanza como reza el cartel. Al final no hay desesperación y Dante es consciente del mal, de que pecamos y porque pecamos y desde ese momento en el que nos enfrentamos a nuestro Oscuro Bosque del Error, a nuestro mal, empieza nuestro camino al bien. Léanlo, les será muy interesante. 

El detalle que quería comentarles es que Dante distingue perfectamente entre los pecados por debilidad y los de la malicia. En los primeros hacemos daño e incluso somos conscientes, en alguna manera, pero es la debilidad la que nos lleva al mal y siendo lamentable no llega a la gravedad con que actúa la malicia. Aquellas personas que eligen actuar de una manera para infringir daño, para malograr a otros, para que sufran, cuando con toda la intención hacen daño a los demás. Esto nos dice Dante y nada me parece más acertado porque, por desgracia, todos conocemos gente mala que con toda causa e intención hace el mal aunque no saben, como Dante nos cuenta, que acabarán en uno de los nueve círculos del Infierno y seguramente en uno cercano al último.

Les daré un buen consejo: no se junten con gente mala



domingo, 9 de octubre de 2011

Cuenta lo que fuimos

Al final de la película de Tano Diaz Yanes sobre el Capitán Alatriste, el maño rudo y seco, fiel y duro de Copons, le pide a Iñigo de Balboa que cuente lo que fueron aquellos Tercios que en Rocroi cerraron una página de nuestra historia, esa de la que luego dijo Niesztche que habíamos querido demasiado, recordando aquel día.

Obedece a una inquietud muy humana, contar como fue todo, como fueron ellos y lo que hicieron. No dice que cuente lo bueno, ni que lo glorie, sólo pide que cuente lo que fueron y como fueron. Con lo bueno y lo malo, con las bondades y las maldades, con la generosidad y la crueldad, con todo lo que fueron y vivieron. Como corresponde a quien vive de cara, a quien está dispuesto a enfrentarse y afrontar lo que sea que tiene que ocurrir, no pide que cuente de ellos aquello que les ennoblece, sino también lo que les envilece, aunque esa petición en si misma de no ocultar nada de lo que fueron, ya lo impregne todo de nobleza. Cuenta lo que fuimos y que el cielo nos juzgue, si es que nos tiene que juzgar.