domingo, 13 de mayo de 2012

El origen del beso




Parece que la práctica de besarnos se remonta, como muchas otras, a hábitos primitivos, en concreto a la transferencia de alimento de la madre, desde su boca a la boca de sus hijos, como hacen las aves. Este contacto primitivo de labios evolucionó hacia una forma por la que las madres de mostraban afecto a sus hijos, como de hecho ocurre en la actualidad. Posteriormente, la costumbre se extendió como muestra de afecto entre las personas.

Durante el siglo VI se extendió en Francia, la costumbre de besarse entre los adultos cuando proliferaban los bailes y la práctica al uso, era sellar el final de cada danza con un beso. Ello conllevó a que besarse fuera visto como una expresión de afecto mutuo en la corte. 

La nobleza rusa copió este hábito de la nobleza francesa y fue en la antigua Rusia donde el beso se incorporó por vez primera en las celebraciones de boda, donde el beso en sí, sellaba las promesas de los novios. 

A lo largo del tiempo, besarse ha sido una forma de expresar respeto mutuo. Por ejemplo, en la antigua Roma, los romanos se besaban para saludarse mutuamente - de hecho esta costumbre perdura aún hoy en día -. Los emperadores romanos reconocían, además, la importancia de una persona por la parte del cuerpo que le era permitido besar al encontrarse con el emperador. Así, a las personas de relevancia, les era permitido besar la cara del emperador; a los nobles de menos categoría social, sus manos y las personas de más baja categoría social debían besarle los pies. Los romanos poseían además diferentes "niveles" de besos, como los tenemos en la actualidad, desde el más respetuoso hasta el más íntimo. Así, los "oscula" eran los típicos besos de mejilla; y los "basia" eran los que se daban en la boca.


Parece ser que en la India Védica (2000 A.C.) sólo se usaba el frotamiento de nariz y que el contacto entre bocas empezó más tarde. Se piensa también, que aunque el beso se extendió por muchas culturas y pueblos antiguos, no llegó a establecerse en Egipto.


Por otro lado, entre ciertas culturas indostánicas, como también en Borneo, el equivalente al besarse es un reconocimiento olfativo de la persona que se tiene enfrente.

En la actual Europa, los británicos son probablemente los menos dados a besarse. Mientras que en la Europa del Sur, los amigos se besaban públicamente al verse, los británicos no habían considerado siquiera la idea. Por otro lado, mientras que las mujeres incorporan el beso al saludo de forma habitual, el género masculino muestra aún cierta reticencia a besar a otra persona del mismo género.



sábado, 12 de mayo de 2012

La mirada alta


Algo de lo más apasionante que tienen las ciudades es mirar. La calle es un poderoso escaparate donde sucede todo, relevándose por instantes las escenas y con una infinidad de personajes anónimos que suponen un espectáculo imposible de reproducir artificialmente. Es una especie de ser vivo compuesto de personas, objetos, acciones, circunstancias e incluso intangibles. Delante de nosotros suceden mil cosas a la vez, un hombre pasa rápido, un niño se despista, un coche frena, una nube descarga agua o sentimos miedo en una calle oscura. Sin duda, mirar en una ciudad es un ejercicio apasionante, una fuente de información inagotable y todo una diversión al alcance de unos pasos.

Pero hay otra forma de mirar: la mirada alta. Contemplar tu ciudad prescindiendo del espectáculo diario para mirar alto, a sus edificios, a sus balcones, a sus plantas superiores, a sus tejados, al horizonte por encima de ellos. Ayer, en la calle Segovia, ya anochecido, miraba hacia arriba y veía la parte de atrás de la Iglesia de San Pedro el Real, conocida por los madrileños como la de Jesús el Pobre, con su torre mudéjar del siglo XIV asomando por encima de sus tejados superpuestos a varias alturas. Enfrente el caserón de varios siglos y cinco pisos haciendo chaflán entre la misma calle y la escalinata abierta que lleva a la calle del Nuncio. Por encima, y desde una perspectiva en ascenso podía ver casas aún más altas que la enmarcaban y que parecían su sustento, como si la sujetaran para no precipitarse por la cuesta que acaba en el río. Al otro lado un edificio de los setenta, feo, funcional, intentando captar una modernidad que nunca tuvo y justo por el corte de su esquina, la cúpula de pizarra, enorme, coronada por una linterna de San Miguel. Hacia abajo, hasta el recodo que hace la pequeña curva, donde está la muralla, casas en la otra acera en hileras, cada calle a una altura, lo podemos adivinar por las filas de tejados, unas encima de otras.
 
Tenemos que ver la ciudad con la mirada alta para ver las casas, los edificios, que han sido dibujados con la pretensión de gustar, aunque su esencia sea dar refugio. Son los casi eternos decorados de las ciudades donde luego vemos el espectáculo de las gentes.