domingo, 25 de marzo de 2012

Cosas de la tecnología



La naturaleza es sabia pero el mundo artificial aún lo es más. Eso si existe el mundo artificial, porque al igual que dos moléculas de hidrógeno se juntan con una de oxígeno y dan como resultado el agua, un plástico no deja de ser un polímero que no es más que otra unión de moléculas. Aún así, la tecnología nos da sorpresas que o son fruto de la casualidad o puede que de la magia, que aún riñendo con la ciencia, siempre está cerca. 

El caso es que si uno usa uno de los objetos tecnológicos que más han cambiado el mundo desde hace 20 años, el móvil y usa el sistema predictivo de las palabras se da cuenta de la paradoja que arrojan chips, circuitos y mundos digitales: cuando escribimos la palabra queriendo también escribimos la palabra sufriendo. Pulsamos las mismas teclas y en el mismo orden, de tal manera que al final tenemos una junto a otra las dos palabras, queriendo y sufriendo

No deja de ser un guiño tecnológico y artificial que arroja una de las realidades más evidentes de nuestro mundo, querer y sufrir que van de la mano. No en todo caso y en todo lugar, por supuestísimo, sólo faltaba, pero si en muchos casos y en muchos lugares. Al menos en el móvil. Cosas de la tecnología .




sábado, 24 de marzo de 2012

Cielos rojos

El Génesis nos cuenta que en el principio creó Dios los cielos y la Tierra. Otros hablan de un proceso único y natural que ha ido conformando todo aquello que existe para que sea como es porque es la única manera en que puede ser para que existamos. Incluso ha surgido una nueva idea que recoge la primera y algo de la segunda para hacer a la fe y a la ciencia compatibles mediante el diseño inteligente. Tan peculiar y complicado es todo y depende de circunstancias tan pequeñas que tan solo una variable lo cambiaría todo. Sea como fuere, ahí arriba están los cielos. 

Generalmente, si hablamos de cielos pensamos en azules calmados y limpios salpicados con la metáfora más usada de siempre por evidente, las nubes de algodón. En caso de que juntemos en un mismo pensar cielos y malos augurios, el cielo entonces será gris, casi negro, tenebroso. Ante unos nos sentiremos llenos de primavera, aunque sea invierno y con otros nos sentiremos oprimidos bajo una capota que amenaza con plagas divinas. 

 Pero existe otro tipo de cielo, el cielo rojo, ése que con naranjas, amarillos, y pardos, se exhibe como un lienzo en muchos atardeceres haciendo juegos de luz en un espectáculo sin igual por delicioso y por diferente cada día. De todos los paisajes de la naturaleza que pudiese escoger, sin duda, elegiría un cielo rojo. Y por supuesto, lo compartiría. Los cielos azules son para grupos, los grises para la soledad y los rojos para compartir con alguien. Porque el cielo rojo junta pasión y amor, deseo y compañía, necesidad del otro y tranquilidad. Una mezcla de todo aquello que nos enardece y de todo lo que nos aseda en un solo lienzo pintado mil colores vivos rojizos, naranjas y ocres. Esa mezcla de sentimientos y sensaciones contrarias, e incluso rivales, que consiguen los cielos rojos cuando cae el último tono de luz y se hace la noche, son como un soplo de eternidad que se hace sensible dentro de nosotros y hace que sepamos que ese cielo lleva ahí millones de años para que hombres de todas las épocas disfrutarán de ellos como nosotros apenas unos instantes antes.


miércoles, 21 de marzo de 2012

La primavera

"La primavera ha venido y nadie sabe cómo ha sido", dijo Machado -siempre recurrimos a Machado-, aunque aún no podamos decirlo con el oportuno frío que hemos tenido. Oficialmente hoy empieza la primavera y en cuanto se pase estas temperaturas, que sólo es cuestión de días, el cambio de estación se hará evidente. 

Junto con lo anterior, en la madrugada del sábado al domingo, adelantaremos la hora y ganaremos luz y tiempo, la primera alarga el segundo sin ninguna duda, y nos parecerá que ha sido como una obra de teatro donde se cierra el telón, se cambia el decorado y empieza el segundo acto. 

De repente, el clima mejora, la luz llega, el día se alarga, empezamos a vivir en la calle y estamos más alegres. Una de las causas, efectos, consecuencias, razones o lo que Uds. quieran que sea, es que desaparecen los abrigos, los jerseys de invierno y las prendas que ocultan el cuerpo y de golpe empiezas a ver por la calle mujeres que no existían tan sólo uno días antes. Créanme, no estaban, supongo que hibernan como los osos o que el Gobierno les monta viajes como los de la tercera edad y pasan el invierno en Benidorm. No me digan donde estaban, hay varias teorías y hasta he visto un par de documentales al respecto pero no hay una conclusión a pesar de los esfuerzos de eminentes hombres de ciencia y pensadores. 

Más allá del misterio de que se produzca esto, debemos detenernos un poco en ver en que consiste. Está claro que esas mujeres no estaban tan sólo unos días antes y menos aún en la cantidad que podemos ver. En el vagón del Metro donde íbamos no había ninguna, en la cafetería mientras tomábamos el café nadie distraía nuestra atención del As. En el ascensor vemos que debemos tener vecina nueva pero no recordamos que se vendiese ningún piso. En el trabajo no sabíamos que ha habido un proceso de selección y tomando una copa uno cree que es Ansón y está de jurado en Miss España

El caso es que debe de ser algo del inconsciente colectivo del que hablaba Jung o algo atávico que se remonta a los orígenes y evolución del hombre, algún tipo de reflejo condicionado o vaya Ud. a saber pero en algún momento crees conocer a algunas de esas nuevas mujeres, te suenan las caras, te asaltan vagos recuerdos, sufres dejavús y tienes una cierta sensación de cotidianeidad y algo en todo te resulta familiar aunque la razón y la realidad te dicen lo contrario y la ciencia es indiscutible en este punto: no estaban, llegan con la primavera y con el cambio de hora, de repente y sin más. 

Si Uds. las ven en unos días por ahí, no se asusten, son inofensivas, en líneas generales, acérquense, hablen con ellas, conózcanlas que son estupendas y encantadoras. La pena es que sólo estén unos meses entre nosotros. 






martes, 13 de marzo de 2012

Del Evangelio de Mateo

Son muchas las cosas que me he llevado de tantos años en un colegio salesiano. Mi, aún, panda de amigos, la práctica de varios deportes, la afición por el cine, los primeros pasos del rock, el gusto por la lectura, el interés por escribir... En el ámbito de la fe, hubo de todo, temporadas de profunda creencia y sentimientos, años de acción y voluntariado y una oscura y larga fase, que sobrepasa ya la década, de total oscuridad y de un raciocinio que acepta la conclusión evidente.

Una de las cosas que hice, ya siendo un poco mayor, fue leer la Biblia, que es un libro apasionante y que todo el mundo debería leer, sin que ello implique una predisposición religiosa. Es un libro de fe que puede ser leído sin fe. Dentro de la Biblia, y obviando la fe, el mensaje humanista del Evangelio sin duda es conmovedor y atendiendo a los cuatro evangelistas me quedo con Mateo y su afán teológico y didáctico con una evidente fuerza. Hay, concretamente, dos pasajes que se me han quedado grabados en la cabeza, espero que también en el alma, el sermón de la montaña y estos pocos versículos que os pongo a continuación

(Mt. 11, 28-30)

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.


Creo que no hay manera más bella e inteligente de resumir en cuatro líneas cómo debería ser. Manso y humilde de corazón, reconocer mis debilidades, mis miedos, mi fragilidad. Deshacerme de falsos poderes, de creer que soy capaz de aguantarlo todo, de pensar que me llega con mis propias fuerzas. Reconocer que todo es más grande que yo y que soy pequeño y que la humildad, la gran asignatura pendiente, me dará mucho más que la carencia de ella.

Manso y humilde de corazón para que la carga sea más ligera, para que el yugo sea suave, pera aliviar el cansancio y el agobio, para saber que uno es poco en un mundo tan grande


domingo, 11 de marzo de 2012

Les recordaremos

Escrito el 11 de marzo de 2.007. Aún vigente


Primero fue despertarse de aquella manera, luego intentar saber que ocurría y antes de saberlo del todo, intentar localizar a todos aquellos que pudiésemos recordar que cogiesen el tren o viviesen por allí. Luego vino el horror, las lágrimas frente a la televisión, el goteo de heridos, el recuento de víctimas. Aquellas imágenes, aquellos trenes... 


Han pasado tres años y la ciudad ha recuperado el ánimo. Madrid es algo tan vivo que se recupera todo, incluso de la muerte, la muerte injusta de tantos vecinos, pero cuando llega esta fecha, estas fechas, o se pasa por Atocha, por el Retiro o cuando alguien que viene de fuera pregunta ¿donde fue?, algo se te estremece dentro. 



Hasta un par de días después no pasé por Atocha y aún permanecía algo en el aire que te arrancaba las lágrimas. Desde entonces hemos cogido trenes, ido a Atocha, a IFEMA, pasado por Santa Eugenia, el Pozo y la calle Téllez. Hemos hablado con gente que estaba en la estación y se salvo por segundos, hemos hablado con gente que iba en los trenes y hemos hablado con gente que perdió hijos, padres, amigos. Hemos hecho por superar aquello, por superar el miedo a coger un tren, hemos pensado y si hubiera sido en el metro o en el centro comercial o... y si fuera... 



Hace tres años y les recordamos. Les recordaremos.






sábado, 10 de marzo de 2012

Johnny Farrell


Aunque vino a nacer como Juan Lafuente, todo el mundo le conocía por Johnny. Al acabar la mili pasó por varios trabajos, incluyendo una pescadería de género de baja calidad, que le impregnaba de un olor que no conseguía quitarse, aunque se duchase varias veces al día y se ungiese de colonia. Un día, después de librarse aquel hedor con el ritual acostumbrado, entró con un amigo en una whiskería de la Castellana donde el señorío se conseguía con una chaqueta y cartera, siempre que la segunda fuese abultada y la primera de mediana calidad. Mientras su compañero jugaba entre los ligueros de chicas, él se fijaba en un pequeño letrero en blanco y negro: “Se necesita camarero”. 

Juan no se sentía especialmente cómodo en ese ambiente, aunque en realidad no se sentía en ninguno, pero era fácil preferir los perfumes cargados de las prostitutas, el olor dulzón de los puros y aire viciado de la noche. Desde aquel día se convirtió en Johnny.

El barman, siendo niño, se había enamorado de Gilda una tarde de 1.948 en un cine de la calle Leganitos. Según contaba, a la menor oportunidad, había visto la película 83 veces, e incluso había viajado a Asturias en busca de los orígenes de la Hayworth, pues una vez un contratista de Oviedo, entre ginebras y dos morenas a las que metía mano, le había dicho que en realidad se llamaba Margarita Cansino y que era de una pequeña aldea asturiana sin que pudiese precisar más. Así que Juan cambió de nombre en recuerdo de  Johnny Farell y la mejor bofetada de la historia del cine. 

Con los años, Johnny fue aprendiendo el oficio y adivinando al cliente hasta llegar a barman. De un simple vistazo podía saber si un tipo era casado, de provincias, industrial, de cartera amplia, mano espléndida, propina generosa o todo lo contrario. Adquirió la sabiduría de la barra. Había escuchado tantas historias entre copas que desatan la lengua, que  desarrolló la habilidad de decir mucho con pocas palabras, quizás porque después de 20 años ninguna historia le parecía novedosa y para todas ellas tenía las palabras justas y adecuadas. De vez en cuando, aparecía algún tipo distinto y Johnny mantenía una conversación larga, le cobraba a mitad de precio las copas y le indicaba cual de las chicas era la mejor. 





Se llevaba bien con ellas, se convertía en su confidente y le contaban  muchos de sus sueños de princesa. Johnny nunca las despertaba de sus  ilusiones, les ofrecía una mirada de esperanza a pesar de haber visto tanto sueño joven roto y ellas se lo agradecían, generalmente con su cariño, algunas veces con un beso y las menos con un rato de amor en un cuarto. Incluso alguna vez fue algo más, como aquella vez que Rosita, Rosy desde que llegó allí dejando atrás la huerta de Totana tan solo unos meses atrás, quiso quitarse la vida cortándose las venas por culpa de un desamor con un estudiante de Derecho de Valladolid, al que dejo de cobrarle después del tercer encuentro de catre y que le había prometido el amor, la vida respetable y el futuro dorado que en realidad le correspondía a otra, ya prometida, con ajuar surtido de hilo y conveniencia familiar. Johnny la tuvo en su casa hasta qu,e la aún niña, sanó de las heridas de la carne y del alma, para deshacer el camino hacia a la huerta con un billete pagado por él. O aquella otra en la que tuvo que tirar de navaja albaceteña ante un sargento negro y dos soldados rubios de la base de Torrejón, que enfadados abofetearon a una de las chicas y a los que los redaños de Johnny, callado, pero con decisión en la mirada de dejar al menos a uno sangrando en el suelo, les hizo desistir de su bravuconería y largarse camino de la base en un Pontiac azul, que a Johnny, en ese momento, le pareció un coche realmente bonito.


Y así de esta manera, pasa la vida entre whiskys, clientes que vienen y van, chicas que se quedan o desaparecen y sin haber tenido nunca una Rita de pelo rojo que le cantase, aunque su nombre homenajee a Johnny Farell. Quizás aquel barman se equivocó y le hubiese ido mejor siendo Glenn Ford.

domingo, 4 de marzo de 2012

Lola se entrega

Dolores Valtierra era mujer de un solo hombre, no sólo porque entregase alma, corazón y cuerpo en el amor, sino que también lo era porque sólo había estado con un hombre o por ser más precisos, con un veinteañero, que no deja de ser un proyecto de edificio sometido a tantos vaivenes que puede acabar en casa, rascacielos o caseta, que los designios del Señor son inescrutables y Dios escribe recto con renglones torcidos, frases hechas que buenos clavos recurrentes a los que agarrarse cuando nos cuesta explicar algo. 


Lola Valtierra, entrada en la treintena, lucía bagaje individual y algo triste, ya que como todos los amores de juventud, para serlo deben acabar mal, porque de lo contrario se convierten en historias de amor, hipotecas, prole y canas. Eso es lo que pensaba y sentía Lola, para ella, en su vocación e intención, sólo existían las historias de amor, aunque el paso del tiempo le había enseñado que son pocos los príncipes, menos los hombres azules y ninguno con las dos condiciones. Aún así, y no por conformismo, sino por no soñar más de lo que en la cama estamos obligados y por el día nos permitimos, si bien no esperaba al hombre de su vida, seguía sintiendo y pensando en un hombre al que entregarse en lo que su ser era capaz de dar,  que era mucho, y con  el que compartir confidencias, abrazos, risas y cenas para terminar haciendo el amor suave y cariñosamente.


Lola no era agraciada, tenía una cara que siempre vio demasiado redonda y para si misma, pensaba que hubiese sido perfecta si la hubiese mirado El Greco. El cuerpo empezaba a pesarle, y los ojos ya no transmitían los sueños que siempre tuvo y nunca cumplió. Quizás por eso desprendía cierto aire de fatalidad contenida, alejado de la pena, pero perceptible en varias ocasiones a lo extenso de cada día. No tanto se podía decir de los momentos de felicidad más alejados en el tiempo. Una vez, oyó a un par de adolescentes llamar cansina a su profesora y aquella palabra le pareció tan propia de ella, que cada cierto tiempo y casi siempre frente a un espejo, como si necesitase recordárselo a si misma, se decía en voz queda pero audible; “Lola, que cansina eres”. En definitiva, encontraba en esa expresión el castigo justo que quería darse y un colchón en el que mitigar la consciencia de no ser feliz.


Pero aquella mañana, camino del trabajo, Lola Valtierra irradiaba alegría al día con su sonrisa, andaba con pequeños saltos y miraba al mundo como hacía mucho tiempo que no era capaz de ver, o al menos, no recordaba. Disfrutaba de cada instante, y tenía la sensación, quizás la certeza, de que si bien pasaban rápido, eran más largos y mas intensos que nunca. 


Lola, sin que sepamos porque pasó, puede que por dos whiskys inesperados, inevitables y desacostumbrados, puede porque el mundo tiene más dimensiones que lo propio, lo esperado y lo correcto, o puede porque era una mujer y necesitaba recordarlo, esa noche había entregado a un hombre, no su alma, ni su corazón, pero si su cuerpo.


jueves, 1 de marzo de 2012

La tercera cultura



Hace ya algún tiempo que no podemos comprender las grandes preguntas del hombre si no atendemos a la ciencia. La ciencia multidisciplinar, abierta a mil campos, interrelacionados y con la dualidad sistemática de atender a la especialización pero dentro de un marco amplio dirigido a entender al hombre, siendo el hombre, otro concepto a su vez amplio y abierto que recoge al individuo, cualquier manifestación de éste e incluso el entorno. 

Como somos dados a ponerle nombre a todo, le hemos llamado la tercera cultura, en referencia a la superación de lo que C.P. Snow hace unas décadas denominó las dos culturas, enfrentando las ciencias y las letras. Y esta tercera cultura no es una síntesis hegeliana, sino que es la simbiosis necesaria y fundamental de ambos mundos para poder explicarnos este otro. 

Ya no encontramos las respuestas en los viejos postulados llenos de términos vacíos hoy en día o estancados en un mundo que fue. Muy al contrario, son nuevos conceptos, imágenes reales, agujeros negros, cuerdas, clones, células madres, realidad cuántica, evolución darwiniana del universo... Y son los científicos los que se han lanzado a explicarlo, a contarlo, a extender ideas complejas de manera sencilla para que cada hombre sea consciente, más consciente, cuando se pregunte aquello que llevamos preguntándonos desde el principio de los tiempos ¿quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?