jueves, 8 de junio de 2017

In memorian, Christian Salata

Te has ido pronto, chaval. Demasiado pronto. Eran muchos los sueños que te quedaban por cumplir y muchas las etapas por las que pasar. Hace solo unos días me hablabas de ellas y me pedías opinión, y en cierta manera consejo. Ahora se quedarán pendientes.

Supongo que todo pasó en ese Porsche que me enseñaste y del que tanto presumías. Lo pienso ahora y recuerdo que te dije, con mi habitual miedo a los coches, que no corrieses, que los carga el diablo. “De las preferentes”, me comentaste todo orgulloso para luego añadir que también habías tenido cabeza y te habías comprado un piso e invertido en un negocio. Fue una comida de lo más agradable, querías agradecerme un par de consultas que me habías hecho. Te enseñé nuestro despacho y preguntabas y preguntabas sobre mil detalles, en cierta manera algo deslumbrado por ver una firma grande.

Supongo que la mayoría de la gente se quedará en el Salata faltón, que no medía y que provocaba líos cada vez que hablaba. Yo me quedo con el chaval, como te llamaba, que me decía por WhatsApp, todo orgulloso, que había ganado otra sentencia, que tenía planes para su despacho y que iba a hacer un Máster.

Tampoco se muy bien porque me cogiste cierto cariño. Supongo que porque la primera vez que me pediste un favor, una consulta, te atendí. Quizás estabas acostumbrado a lo contrario y puede que mucha parte de la culpa, la tuvieses tú mismo. No lo sé. Sé porque te apreciaba. Porque eras alegre y tenías ilusión, porque eras leal con los que te trataban bien y sobre todo porque en el fondo tenías un punto adolescente que te hacía no comprender del todo este mundo que creías de buenos y malos cuando, en realidad, la mayoría somos como podemos. Quizás, por ahí, se explican los exabruptos. No sabías moderar tus palabras en el cinismo y diplomacia tan necesarios para vivir en este mundo. No justificaré tus salidas de tono porque ya te las censuraba en su momento pero sí que creo que aquello lo hacías porque todavía no habías entendido como funcionaba todo esto y no encajabas del todo. La edad, como te dije, te haría ir viendo y entendiendo la vida y las personas. Ya no será posible. Te has ido en un momento y  el tiempo no te hará surcos en el alma que dejan sitio a la comprensión.

Sólo quería despedirme, decir algo, dar una pincelada de cariño para alguien que se estaba haciendo un camino y que se ha quedado apenas en el primer tramo.


Hasta siempre Christian

lunes, 31 de marzo de 2014

Aquellos estudiantes que fuimos


Tom Wolfe mascullaría un insulto grave en el imposible caso que empezase a leer estas líneas. Siempre detestó que se escriba en primera persona pero no se me ocurre otra manera de comenzar. Nunca he participado de la vida colegial, pertenezco a ese amplio grupo de abogados que está muy alejado de todo lo que implica el Colegio. Es en los últimos tiempos cuando he ido conociendo las vicisitudes del ICAM por una de las razones más sencillas y poderosas que existen: la amistad. Soy amigo de Carmen Pérez Andújar, Secretaria de la Junta de Gobierno del ICAM. Eso conlleva que, al final, a pesar de mi despreocupación en temas colegiales, acabe sabiendo y comentando lo que ocurre alrededor del ICAM. Cierto es que las menos de las veces; al fin y al cabo es más divertido hablar de muchísimos temas más apasionantes.

El otro día me enteré de que se está promoviendo una moción de censura contra la actual Junta, cosas que me sorprendió, porque hace nada que se eligió Decana, y supongo que en este tiempo poco más que conocer el funcionamiento de algo tan desmesurado como es el Colegio, habrán podido hacer. Aún así, creo que si han realizado cambios positivos,  según se me informa y veo. Se me informa por el Colegio, por cierto, algo que antes no me ocurría. En todo caso, aunque lo estuviesen haciendo no del todo bien o mal o incluso haciendo pocas cosas, esto no es motivo de moción de censura. Entiendo que la moción de censura es un instrumento de carácter excepcional que debe utilizarse sólo en aquellos casos en que se esté creando un perjuicio institucional claro y evidente, que ponga en peligro la propia naturaleza de la institución y los fines para los que se destina. Sinceramente, al menos en el desarrollo de mi profesión en el día a día, no observo ningún deterioro, ni alteración sustancial de la misma por parte del Colegio. En todo caso, ese no es el objeto de estas líneas, ya sabemos, como argumentó Goya, que el sueño de la razón produce monstruos y cada uno es muy libre de luchar contra gigantes donde hay molinos.

El verdadero objetivo de estas letras no es otro que el de cuestionar el quórum que pretenden hacer valer los promotores de la moción. Parecen olvidar los queridos compañeros a aquellos estudiantes de derecho que éramos y que se pasaban horas y horas hablando de la ley, no desde el punto de vista técnico, sino en su carácter esencial y natural. Aquellas largas conversaciones sobre la naturaleza de la ley, su máxima expresión en la democracia, su articulación en constituciones, en definitiva aquellas apasionantes cuestiones que conformaron nuestra mente “jurídica”, si me permiten decirlo así. Puede que hayamos olvidado a aquellos chavales cuando disertaban y convendría recordar unas nociones básicas.

Convenimos que el mejor de los sistemas posibles para el hombre es la democracia. Dentro de esta, aquella que tiene el carácter de universal, sin carácter restringido. Convenimos, por lo tanto, que un hombre tiene un voto, lo que determina que, sin mayor condición que la de ser individuo y mayor de edad, un voto vale lo mismo que otro. También hemos convenido que nos representará aquel que obtenga más votos que los demás. De manera ordinaria y reglada, bajo la anterior premisa, un voto vale lo mismo, decidimos organizar nuestra sociedad y otorgar el poder para su ejercicio. Parece, por lo tanto, de pura lógica, que si instrumentamos una vía extraordinaria que altere lo que de manera reglada y ordinaria se ha decidido, esta vía extraordinaria sea cuando menos cualificada. No sólo no mantenga una paridad con la ordinaria, sino que muy al contrario, la vía extraordinaria necesite requisitos más rigurosos y cualificados. Ello debe ser así porque debemos procurar el máximo respeto, casi reverencial, por aquello que libremente y de manera ordinaria, decidieron aquellos que acudieron a votar. Ni siquiera siendo la misma mayoría que otorgó el poder sería lógico poder destituir este, ya que alteraríamos el normal funcionamiento de la institución y se vulneraría el escrupuloso respeto por lo que la mayoría decidió. Así, para ejercer una moción de censura, medida extraordinaria, que revierta lo decidido en las urnas, debe exigirse una mayoría cualificada, un quórum extraordinario como la propia medida. Al contrario de lo que se pretende, no debe facilitarse la medida, sino condicionarla gravemente, ya que de optar por la primera opción, rebajar los quórums, permitiría a una minoría no relevante, alterar el sentido de la mayoría.

Y no sirve alegar que la participación es baja, porque esa participación no es sino la manifestación de un derecho, tanto si se vota como si no. Libremente muchos, muchísimos decidimos no votar en las elecciones y está es una decisión libre y meditada, tanto como la de votar a cualquier candidatura. La naturaleza de un derecho no tiene su esencia en su realización efectiva, sino en el mero hecho de tenerlo. Y por supuesto tan inteligente es ejercer el voto como abstenerse. Es por ello, que otra vez, recordando a aquellos jóvenes estudiantes que éramos, que hablaban horas y horas de la naturaleza del derecho, debemos decir que no necesitamos que nos tutelen, que no queremos que nadie se arrogue una representación no otorgada de manera expresa y que en el caso de que se facilitara la moción de censura de manera privilegiada se estaría permitiendo que unos pocos ejerciesen una tutela particular que extenderían a la generalidad de colegiados. Al menos, y aquí vuelvo a desafiar a Tom Wolfe, al hablar de nuevo en primera persona, no necesito que alguien me tutele, que decida por mí, que considere que una cantidad menor de votos, puede alterar la decisión de todos, porque cuando comparecemos a unas elecciones, convenimos antes de su celebración, que aceptaremos que el órgano de gobierno elegido no es el de aquellos que lo eligieron, ni de aquellos que comparecieron y votaron, sino de todos los que tienen el derecho de votar. Sería interesante que los compañeros que promueven el cambio de mayoría, me explicasen el sentido de dicha modificación, porque yo no lo veo.


No sé cuantos colegiados seremos, pero una moción de censura, debe partir siempre de dicho número y como medida extraordinaria exigir un número muy cualificado de votos puesto que el fin último de esta herramienta es alterar la decisión que tomamos entre todos. Y alterar la decisión de la mayoría es lo menos democrático que hay y no sólo debe ser un ejercicio restrictivo en lo procedimental sino muy fundamentado en lo moral. Debe haber razones poderosísimas para que alguien decida que la decisión de la mayoría ya no es válida. No está mal de vez en cuando recordar a aquellos estudiantes que fuimos.

martes, 28 de enero de 2014

El Juicio Final de la Capilla Sixtina


De vuelta de Francia, tras asistir a la boda de su sobrina Catalina de Medicis con Enrique de Valois, el Papa Clemente VII, Giulio de Medici, se detuvo en Florencia y mandó llamar a Miguel Ángel Buonarroti. Le encargó pintar la pared del altar de la Capilla Sixtina, queriendo dejar constancia en la historia de su paso por el papado. Miguel Angel que no disfrutaba con la pintura, su pasión era hacer vivir al mármol, no tuvo más remedio que aceptar el encargo. A su llegada a Roma al año siguiente antes de comenzar el trabajo encomendado se encontró que el Pontífice había muerto.

Le sucedió Pablo III, Alessandro Farnese, que siempre había tenido una estupenda relación con el pintor y ratificó la misión. Eran tan amigos, que en Roma el Papa sólo recibía visitas, nunca las realizaba, y sin embargo era frecuente verle en casa del Maestro interesado por cómo iban los bocetos y dibujos.

La iconografía del Juicio Final, hasta entonces, inspirada en el Evangelio de San Mateo y en la Leyenda Dorada establecía un orden constituido por cuatro frisos de figuras donde el Tribunal Celestial (Cristo, la Virgen, Juan el Bautista, los apóstoles y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis) estaba por encima y a continuación venía la resurrección de los muertos, el pesaje de las almas y la separación entre los elegidos y los reprobados.

Miguel Angel, en su genialidad, rompió todo ese orden creando un caos ordenado donde las figuras suben y bajan, rotan sobre si mismas, se agrupan e incluso luchan. Es clara la influencia y presencia de La Divina Comedia de Dante.

Ya no es el hombre que pintó la Capilla Sixtina. Era un Miguel Angel avejentado, pesimista, que había conocido las noventa y cinco tesis de Lutero, el saqueo de Roma por parte de las tropas de Carlos V y anticipaba el final del Renacimiento y la llegada del Barroco.

Desde enero de 1536 a noviembre de 1541, el pintor trabajó incansablemente en este fresco de 14,6 x 13,41 metros, sin más ayuda que la de un joven aprendiz que le ayudaba a machacar los colores.

En la corte papal creían que al viejo maestro se le había ido la mano, no sólo era la humanización de los ángeles que aquí no tenían alas, sino que la cantidad de genitales que poblaban la pintura, convertía el fresco en obsceno. Pablo III hacía oídos sordos a las críticas y seguía depositando su fe en el anciano pintor. El mayor enemigo fue Bagio de Cesena, maestro de ceremonias del Pontífice, del cual Miguel Ángel se vengaría mas tarde y como luego veremos, poniendo su rostro a Minos, Juez de los Infiernos, al que una serpiente le muerde el pene.

Después, el Concilio de Trento, tras fallecer Pablo III, decretó que se taparan un buen número de genitales. Dicho trabajo recayó en Daniele de Volterra, desde entonces conocido como Il Braghettone, por añadir trapo (braghe). Miguel Ángel nunca llegó a verlo, pues murió un año antes de que ocurriese

  
Desde siglos atrás, Cristo había sido un hombre adulto y barbado, tal y como lo atestiguaba el lienzo de la Verónica, a escasos metros de la Capilla Sixtina. Miguel Ángel rompe ese canon y pinta un Cristo joven e imberbe que recuerda al Apolo de Belvedere. 


Para romper aún más con la idea típica, minimiza las heridas de Jesús, sin darle importancia y da mayor relieve a la autoridad divina reflejada en su brazo derecho, tenso, con los dedos crispados, en expresión suprema del juicio sobre los pecadores

                        



La Virgen también es pintada de manera distinta y novedosa. La madre intercesora y doliente, orando ante Jesús, como aparecía en los primeros bocetos, deja paso a una Virgen que aparta el rostro de la terribilitá de la condena de Jesús y en un gesto de esperanza mira a la Cruz que tiene debajo en enseñanza de cómo seremos salvados si aceptamos la fe.



Al lado de Cristo y la Virgen, el pintor sitúa su árbol genealógico. En primer plano, desnudo y con una figura poderosa, está el Bautista. Si nos fijamos justo detrás aparecen dos caras, son Abraham y Sara y delante de ellos junto a Juan, está Isaac, hijo de los anteriores que se casó con Rebeca, encima de ese grupo, y cuyo hijo Jacob está justo encima al lado de su hermano Esau. Al lado de Cristo, su linaje más cercano, con velo y túnica, está Isabel, prima de la Virgen y a sus pies, su marido Zacarías, padres del Bautista. La figura de espaldas desnuda que sostiene una cruz es José, esposo de María



A la izquierda de estos, según se mira el fresco, encontramos, arriba del todo, cubriéndose la cabeza con un velo, a una avejentada Eva. Abajo en la izquierda y con el mismo tocado azul con que la pintó en el techo de la Sixtina aparece Judith, la viuda que liberó a su pueblo tras decapitar al General asirio Holofrenes. En el vértice contrario, una composición con dos mujeres, una agarrando las caderas de la otra y que corresponden a la iconografía clásica de Niobe y una de sus hijas haciendo un juego de simbolismos puesto que Niobe era, en la mitología, la más orgullosa de las madres. En el torbellino restante se cree que están las sibilas de la Antigüedad. 

Por el otro lado, a la derecha encontramos a Pedro como elemento más significativo y que centra la mirada. Lleva las llaves del cielo. A su lado, con larga barba, su hermano Andrés. Saliendo de las piernas de Pedro aparece una cara, Santiago, y a la izquierda, está Juan, el joven Juan, sin barba. Sobre él, la Magdalena.


Sobre una nube está San Bartolomé, al que Miguel Angel pintó como el poeta Pietro Aperino, que se ofreció a trabajar con el pintor en la iconografía y al ser rechazado se vengó escribiendo unos versos sobre la homosexualidad del maestro. La piel que sostiene es el propio Miguel Angel, indicando así que había sido despellejado por el poetastro.

 
En primer lugar aparece Pablo, de pie y dando paso al resto de figuras. El anciano de larga barba del extremo derecho, sobre la cruz es Adán y arriba del todo, junto a una figura con capucha roja está Noé. El hombre grande que sostiene la cruz es Simón de Cirene, que ayudó a Cristo a llevar el madero.



La figura que da paso a las otras con un brazo adelantado  es Josué. Su mano es el reflejo de la de Cristo, un juego ya que Josué es Jesús en hebreo. Debajo del brazo está Samuel. Sobre él Salomón, arriba de éste David y Moisés

Debajo de Pedro se sitúan los mártires. Agachado con una sierra está Isaías, sujetando una pequeña cruz el buen ladrón. Catalina de Alejandría lleva la rueda de pincho con la que iba a ser torturada. San Blas lleva los peines metálicos y San Sebastián, las saetas.


Los ángeles anuncian la verdad y llevan la lista de los que se salvarán y los que serán condenados. Vemos como el Libro de la Condenación a la derecha es más grande que el de la Salvación, a la izquierda,  y más pequeño.

Y así, los salvados ascenderán al cielo eterno, de nube en nube, alguno con ayuda de los ángeles. Llama la atención una figura encogida que por sus facciones parece un indígena americano.


Al otro lado, a la derecha, otro detalle, dos figuras que se aferran a un rosario y podría ser el musulmán con 99 cuentas, correspondientes a los nombres de Alá. De esta manera Miguel Angel reflejaría un cielo abierto para los hombres buenos independientemente de su raza o condición.


Es la lucha de ángeles y demonios por las almas. Se refleja el perdón, la lucha, la ayuda y la condena. Lucha feroz y  no todos pueden ser ayudados. A la derecha mientras un ángel disputa un hombre a un demonio que le agarra, otro pide ayuda mirando al cielo, pero no la obtiene. En el centro, sobre el corte de la loma vemos a un hombre ataviado con una mortaja gris emerger de la tierra donde está enterrado. A la izquierda, la única figura que aparece vestida lleva una túnica violácea, color de la penitencia, seguramente sería un sacerdote confesor. Debajo en el centro, vemos un grupo donde hay muertos que conservan la carne, otros que son huesos y otros, a mitad de camino. En la esquina izquierda un muerto trata de levantar su propia lápida.


El infierno de la Divina Comedia de Dante, “Abandonad, pues, toda esperanza aquellos que entráis”, para reflejar el inframundo. Es Caronte, el barquero que lleva a los condenados hacia la orilla de la laguna Estigia, la frontera entre la tierra y el mundo de los muertos, y  en la que Tetis sumergió a Aquiles para hacerle invulnerable salvo en el talón, lugar por donde le sostenía.  A la derecha del todo destaca Minos, el Juez delos Infiernos, una serpiente le muerde el pene, como dijimos antes. Encima, entre el fuego que no puede faltar en el infierno, asoma una cabeza. Es Lucifer.  A la izquierda entrando en el averno una figura entra en la cueva del infierno. Observando su postura, y dado que este fresco estaba en la pared del altar de la capilla, replica la figura del sacerdote que oficia la misa en una última ironía de la genialidad de Miguel Angel.



viernes, 15 de noviembre de 2013

Adiós


Te digo adiós y te miento. Me voy y te espero. Te alejas y te sigo. Mil veces te he dicho adiós y en todas te he engañado. Mil veces me he despedido y en todas era falso. Son adioses mentirosos, vacíos. Con cada adiós, te digo ven. Con cada despedida, te siento más.

Sale de mi boca la palabra y nada lleva. Es un adiós sin vocación, sin interés, sin voluntad. Lo digo y tú lo escuchas pero se desvanece en pura nada. No hay una gota de realidad, una brizna de verdad, una sola letra de las que componen la palabra que signifique lo que dice.

Me despido como el niño en el colegio, sabiendo que vendrán a por él. Te alejas pero se que alguna otra casualidad extraña e improbable nos acercará. Caminas en un círculo cerrado que te acerca a mí según te alejas.

No hay adiós en tus ojos, ni lo hay en tus labios que vibran nerviosamente. La gravedad de tu rostro esconde la ternura de quien quiere ser amado. No hay adiós en tu cuerpo que extraña el mío. Tu deseo recuerda el placer. Tu cama, nuestra entrega. Me buscas sin que esté, me recuerdas porque estoy. Nunca dije adiós a amarte, a estremecerte, a desbordarte. Sigo en la senda que andas. De lejos sigo tus pasos, apenas indicios a veces, pero se encontrarte en el mundo cuando echarte de menos se convierte en algo tan físico que siento punzadas en mi vientre.

Aúllo en el largo y frío invierno porque tú no lo haces cálido y feliz. Me dispongo como un animal a morar en mi cueva interior, durmiendo hasta que aparezcas de nuevo, incluso aunque lo hagas como el cazador que quiere cobrar su pieza para que desaparezca la amenaza. Y aun así lo bendigo, lo agradezco y lo celebro y en mi vuelve a brotar tu cercanía y tu flequillo caído sobre un ojo, me parece una razón suficiente para gritar alegre y encendido.

Soy el que te miente en el adiós, él que no se despide. No hay convicción, soy un actor malo en una obra mala en un decorado rico e infinito en el que interpreto la escena de la despedida. Y nadie me cree. Tú no me crees. Yo no me creo. Te digo adiós y te miento porque no se decirte adiós en mi corazón.



miércoles, 16 de octubre de 2013

¡Hasta siempre abuela!

Mi abuela nació hace casi un siglo en aquella España alfonsina pobre y miserable, en una pequeña aldea de los montes occidentales de Asturias donde jamás llegarías si no fuera por lazos que te unen allí. Pronto se vino a Madrid con un hermano como uno de los dos destinos que le esperaban a las mujeres de aquella época: casarse o irse a la capital a labrarse un futuro. Ella era de las segundas pero aquí, en Madrid, también le esperaba también la primera de las opciones. Conoció a mi abuelo, otro asturiano de una aldea aún más pequeña y aún más perdida. Él era grande, con un carácter muy fuerte y abusando del tópico, con un enorme corazón. Juntos iniciaron una vida salpicada con una guerra, que curiosamente en su final trajo a mi tía y a mi madre, con apenas un año de diferencia.

También criaron a dos sobrinas huérfanas, junto con mi madre y mi tía. Así eran los lazos de sangre en aquella época. Lo poco que había al principio se repartía entre los que fueran y los que fueran siempre eran más. Pero mi abuela tenía un espíritu emprendedor y activo y las cosas empezaron a irles bien. Siempre presumía de haber aprendido a leer sola y eso le permitió a lo largo de toda la vida, disfrutar cada día de algo que le entusiasmaba: leer el ABC del titular al último punto. Lo hacía con tanto entusiasmo que hasta le molestaba que le interrumpiesen cuando estaba leyendo. Su cultura provenía de la vida, del periodismo y de otra de sus grandes aficiones, los concursos. Puede que nunca contestase bien ninguna de las difíciles preguntas de esos concursos pero verlos le encantaba. Disfrutaba muchísimo si alguno de los nietos que anduviese por allí, contestaba correctamente la pregunta. Te miraba con cierta satisfacción y con mucha complicidad.

Fue moderna, a su manera, para su época. Salió de una aldea perdida, montó y dirigió negocios, hizo inversiones y se alejó de los tópicos de aquellos años. Cuando enviudó aún vivió algunos años sola como signo de independencia. Era orgullosa y testaruda y en ocasiones lucía una mala leche bastante poderosa. Según le diera. Era hija de su tiempo, había salido adelante en un entorno hostil y era recelosa cuando creía que de defenderse se trataba.

Una de sus preocupaciones era que nos “recogiésemos”, por eso siempre trataba a las parejas de los nietos como a propios nietos y era habitual que usase el posesivo “mi” para hablar de ellos. Le gustaban todos y siempre recibían buenas palabras de ella, quizá mejores que las que recibíamos los nietos. También pasaba con los amigos, que siempre recibían un trato muy cercano y cariñoso y acababan conociéndola como la “abuela”. Amigos de mi prima, de mi hermana, de mis primos, futuros generales compañeros de mi hermano, a los que ha visto jurar bandera o convertirse en tenientes, amigos míos de toda la vida, compañeros de facultad, se referían a ella no como tu abuela, sino directamente como “la abuela”. Su último gran acto fue la boda de mi primo Rafa. Aún tuvo fuerzas para estar presente y dominar la escena, como ella hacía, a base de cariño y cierta exageración en las frases y los gestos.

El lunes se fue y todos sabemos que es lo mejor para ella, decir adiós de una manera suave, tranquila, sin sufrir, sólo dejándose ir para reunirse con mi abuelo.  Fue muy triste despedirse pero había algo de reconfortante en ver a mis padres, a mis tíos, a mis hermanos y a mis primos, allí todos juntos en torno a mi abuela. Unas navidades, idea de mi prima Cris, le regalamos una foto grande en tela, en la que salíamos  todos los nietos, sentados delante de su habitación. Esa foto aún está allí colgada, se nos ve jóvenes y felices. Supongo que cuando nos recuerde donde esté, nos verá así, porque fueron muchos días levantándose frente a esa imagen.

Seguiremos imitando sus expresiones que forman parte del lenguaje familiar. Esa mezcla de bable, con expresiones de pueblo y un acento forzado cuando quería, que se ha traspasado a todos nosotros y que a veces, nos sorprendemos usando. De vez en cuando, para recordarte cuando me vayan a servir una comida, diré aquello tan tuyo de "a mi sólo un "gotacho". Echaremos de menos que se queje de su salud, diciendo que “está muerta de los dolores”, cuando en 97 años nunca pisó un hospital, ni tuvo nunca una enfermedad grave. Por ahí quedará el bastón, que usaba para apoyarse pero también para ejercer el mando que nunca abandonó como buena matriarca familiar. Y quedarán muchos recuerdos, muchos años con nosotros y sobre todo mucho cariño. 


¡Hasta siempre abuela, te quiero!



martes, 23 de julio de 2013

El embrujo de Granada


         Una de las sensaciones que más me gusta percibir es el embrujo. Hay algo de racial, de costumbrismo, de tradición, de nocturno, de pasión, de tierra húmeda y flores, de lunas llenas y de flamenco en el embrujo. Supongo que, a fuerza de no ser exclusivista, debo abrirlo a otros lugares y aceptar que pueda darse en otros sitios y si acaso quedarme con que la quinta esencia del embrujo, sólo se da en Granada.

         Es la Qa'lat al-Hamra', la Alhambra, el Castillo Rojo de más rojos ladrillos, ese puro artificio ornamental, expresión de lo bello por serlo sin que la utilidad sea un parámetro importante. Es el Albaicín, ese intrincado laberinto de callejuelas que esconden los cármenes, esos que Chateaubriand llamó último asilo de la cansada vida, patios mitad jardín, mitad huerto que acogen en un reducido espacio, árboles, flores y hortalizas en un maridaje perfecto y que resultan de una belleza incomparable. Es el Sacromonte y sus cuevas, la del Camborio que escribió Lorca, la de Rocío y las Pitirilí y la de Maria la Canastera. Son las cuevas de los gitanos, de las zambras, del pellizco y el duende, del flamenco entre flamencos. Tientos, bulerías, fandangos, tangos y alegrías para las noches interminables de quejío y alma. Quizás por eso dicen que era un cementerio, porque tanta alma se quedo allí prendada. Es el Darro, que lo cimbrea todo, como si todo el embrujo del mundo se ciñera a sus márgenes cortados por tajos de navaja que lo hacen profundo y que va a desembocar a la calle Elvira.

 
 

 
         Es la mujer andalusí, morena, de ojunos negros, con ese acento aspirado y cerrado, de beso largo y entregado en el Mirador de San Nicolás al atardecer y el olor a flores en las Cruces de Mayo. Y es el aire, limpio y fresco, que te envuelve, que te acaricia, que te mece, que te enamora, que te embruja.

         Habrá otros sitios en que haya embrujo, pero al que yo me refiero, al que se te queda en la piel y reconoces para siempre, ese, sólo existe en Granada.
 

miércoles, 17 de julio de 2013

Camino de Santiago

Leía el otro día sobre el Camino de Santiago y pensaba con quién me gustaría hacerlo. Hacerlo, en realidad, no me gustaría, a mí el campo y andar por él me produce una terrible y permanente sensación de deja vú y soy incapaz de distinguir la belleza y lo especial de un árbol con otro o de una colina, valle o lo que sea. Entiendo que esto no parezca sensato y menos aún, si digo que soy perfectamente capaz de diferenciar una calle de otra y un maldito adoquín de todos sus hermanos. Quizás me caí de niño a un hormigonera como Obelix lo hizo en la marmita de poción mágica.

         Volvamos al Camino. Decía que pensaba en con quien me gustaría hacerlo y eso me llevaba a hacer del detalle categoría y volverlo en pasiva. Es decir, en esta vida caminamos al lado de mucha gente, de unos muy cerca, de otros menos y de algunos por la misma carretera, aunque alejados. Hay otros con los que no caminamos nunca, por elección o porque nunca hubo la oportunidad. Dentro de la gente con la que caminamos hay algunos que se van, que dejan de caminar contigo. Unos tienen razones y otros no, pero en ambos casos no hay mucho por hacer. Despedir y guardar recuerdo. Preferiblemente es mejor que estas dos cosas sean felices, cuando menos agradables, pero tampoco es seguro que sea así.

         Antes me costaba mucho entender, razonar, asumir que la gente, las personas mejor dicho, se separasen y siguiesen su camino. Ahora, no. Debe ser que me he hecho viejo o que entiendo mejor la vida, a las personas o a mí y comprendo, por lo tanto, que no quieran estar a mi lado. Es inevitable que duela, los sentimientos, si lo son, tienen que ser definidos. La ventaja que da la edad no es que duela menos sino que duele menos tiempo. Sigue doliendo pero se cura antes y sobre todo ya no intento entenderlo y explicármelo, incluso ya no me culpo por ello.


         Cuando alguien deja de compartir tu camino sus razones tendrá. O no. ¿Que más da? El resultado es el mismo: se va. Bueno, así es la vida y nadie camina con quien no quiere y aunque tu quieras que caminen contigo, no te puedes empeñar y sólo queda asumirlo. Porque esa es otra de las cosas que aprendes, por más que te empeñes, por más que te lo propongas nadie camina contigo o en tu grupo o en tu dirección, si él no quiere.