lunes, 31 de marzo de 2014

Aquellos estudiantes que fuimos


Tom Wolfe mascullaría un insulto grave en el imposible caso que empezase a leer estas líneas. Siempre detestó que se escriba en primera persona pero no se me ocurre otra manera de comenzar. Nunca he participado de la vida colegial, pertenezco a ese amplio grupo de abogados que está muy alejado de todo lo que implica el Colegio. Es en los últimos tiempos cuando he ido conociendo las vicisitudes del ICAM por una de las razones más sencillas y poderosas que existen: la amistad. Soy amigo de Carmen Pérez Andújar, Secretaria de la Junta de Gobierno del ICAM. Eso conlleva que, al final, a pesar de mi despreocupación en temas colegiales, acabe sabiendo y comentando lo que ocurre alrededor del ICAM. Cierto es que las menos de las veces; al fin y al cabo es más divertido hablar de muchísimos temas más apasionantes.

El otro día me enteré de que se está promoviendo una moción de censura contra la actual Junta, cosas que me sorprendió, porque hace nada que se eligió Decana, y supongo que en este tiempo poco más que conocer el funcionamiento de algo tan desmesurado como es el Colegio, habrán podido hacer. Aún así, creo que si han realizado cambios positivos,  según se me informa y veo. Se me informa por el Colegio, por cierto, algo que antes no me ocurría. En todo caso, aunque lo estuviesen haciendo no del todo bien o mal o incluso haciendo pocas cosas, esto no es motivo de moción de censura. Entiendo que la moción de censura es un instrumento de carácter excepcional que debe utilizarse sólo en aquellos casos en que se esté creando un perjuicio institucional claro y evidente, que ponga en peligro la propia naturaleza de la institución y los fines para los que se destina. Sinceramente, al menos en el desarrollo de mi profesión en el día a día, no observo ningún deterioro, ni alteración sustancial de la misma por parte del Colegio. En todo caso, ese no es el objeto de estas líneas, ya sabemos, como argumentó Goya, que el sueño de la razón produce monstruos y cada uno es muy libre de luchar contra gigantes donde hay molinos.

El verdadero objetivo de estas letras no es otro que el de cuestionar el quórum que pretenden hacer valer los promotores de la moción. Parecen olvidar los queridos compañeros a aquellos estudiantes de derecho que éramos y que se pasaban horas y horas hablando de la ley, no desde el punto de vista técnico, sino en su carácter esencial y natural. Aquellas largas conversaciones sobre la naturaleza de la ley, su máxima expresión en la democracia, su articulación en constituciones, en definitiva aquellas apasionantes cuestiones que conformaron nuestra mente “jurídica”, si me permiten decirlo así. Puede que hayamos olvidado a aquellos chavales cuando disertaban y convendría recordar unas nociones básicas.

Convenimos que el mejor de los sistemas posibles para el hombre es la democracia. Dentro de esta, aquella que tiene el carácter de universal, sin carácter restringido. Convenimos, por lo tanto, que un hombre tiene un voto, lo que determina que, sin mayor condición que la de ser individuo y mayor de edad, un voto vale lo mismo que otro. También hemos convenido que nos representará aquel que obtenga más votos que los demás. De manera ordinaria y reglada, bajo la anterior premisa, un voto vale lo mismo, decidimos organizar nuestra sociedad y otorgar el poder para su ejercicio. Parece, por lo tanto, de pura lógica, que si instrumentamos una vía extraordinaria que altere lo que de manera reglada y ordinaria se ha decidido, esta vía extraordinaria sea cuando menos cualificada. No sólo no mantenga una paridad con la ordinaria, sino que muy al contrario, la vía extraordinaria necesite requisitos más rigurosos y cualificados. Ello debe ser así porque debemos procurar el máximo respeto, casi reverencial, por aquello que libremente y de manera ordinaria, decidieron aquellos que acudieron a votar. Ni siquiera siendo la misma mayoría que otorgó el poder sería lógico poder destituir este, ya que alteraríamos el normal funcionamiento de la institución y se vulneraría el escrupuloso respeto por lo que la mayoría decidió. Así, para ejercer una moción de censura, medida extraordinaria, que revierta lo decidido en las urnas, debe exigirse una mayoría cualificada, un quórum extraordinario como la propia medida. Al contrario de lo que se pretende, no debe facilitarse la medida, sino condicionarla gravemente, ya que de optar por la primera opción, rebajar los quórums, permitiría a una minoría no relevante, alterar el sentido de la mayoría.

Y no sirve alegar que la participación es baja, porque esa participación no es sino la manifestación de un derecho, tanto si se vota como si no. Libremente muchos, muchísimos decidimos no votar en las elecciones y está es una decisión libre y meditada, tanto como la de votar a cualquier candidatura. La naturaleza de un derecho no tiene su esencia en su realización efectiva, sino en el mero hecho de tenerlo. Y por supuesto tan inteligente es ejercer el voto como abstenerse. Es por ello, que otra vez, recordando a aquellos jóvenes estudiantes que éramos, que hablaban horas y horas de la naturaleza del derecho, debemos decir que no necesitamos que nos tutelen, que no queremos que nadie se arrogue una representación no otorgada de manera expresa y que en el caso de que se facilitara la moción de censura de manera privilegiada se estaría permitiendo que unos pocos ejerciesen una tutela particular que extenderían a la generalidad de colegiados. Al menos, y aquí vuelvo a desafiar a Tom Wolfe, al hablar de nuevo en primera persona, no necesito que alguien me tutele, que decida por mí, que considere que una cantidad menor de votos, puede alterar la decisión de todos, porque cuando comparecemos a unas elecciones, convenimos antes de su celebración, que aceptaremos que el órgano de gobierno elegido no es el de aquellos que lo eligieron, ni de aquellos que comparecieron y votaron, sino de todos los que tienen el derecho de votar. Sería interesante que los compañeros que promueven el cambio de mayoría, me explicasen el sentido de dicha modificación, porque yo no lo veo.


No sé cuantos colegiados seremos, pero una moción de censura, debe partir siempre de dicho número y como medida extraordinaria exigir un número muy cualificado de votos puesto que el fin último de esta herramienta es alterar la decisión que tomamos entre todos. Y alterar la decisión de la mayoría es lo menos democrático que hay y no sólo debe ser un ejercicio restrictivo en lo procedimental sino muy fundamentado en lo moral. Debe haber razones poderosísimas para que alguien decida que la decisión de la mayoría ya no es válida. No está mal de vez en cuando recordar a aquellos estudiantes que fuimos.

martes, 28 de enero de 2014

El Juicio Final de la Capilla Sixtina


De vuelta de Francia, tras asistir a la boda de su sobrina Catalina de Medicis con Enrique de Valois, el Papa Clemente VII, Giulio de Medici, se detuvo en Florencia y mandó llamar a Miguel Ángel Buonarroti. Le encargó pintar la pared del altar de la Capilla Sixtina, queriendo dejar constancia en la historia de su paso por el papado. Miguel Angel que no disfrutaba con la pintura, su pasión era hacer vivir al mármol, no tuvo más remedio que aceptar el encargo. A su llegada a Roma al año siguiente antes de comenzar el trabajo encomendado se encontró que el Pontífice había muerto.

Le sucedió Pablo III, Alessandro Farnese, que siempre había tenido una estupenda relación con el pintor y ratificó la misión. Eran tan amigos, que en Roma el Papa sólo recibía visitas, nunca las realizaba, y sin embargo era frecuente verle en casa del Maestro interesado por cómo iban los bocetos y dibujos.

La iconografía del Juicio Final, hasta entonces, inspirada en el Evangelio de San Mateo y en la Leyenda Dorada establecía un orden constituido por cuatro frisos de figuras donde el Tribunal Celestial (Cristo, la Virgen, Juan el Bautista, los apóstoles y los veinticuatro ancianos del Apocalipsis) estaba por encima y a continuación venía la resurrección de los muertos, el pesaje de las almas y la separación entre los elegidos y los reprobados.

Miguel Angel, en su genialidad, rompió todo ese orden creando un caos ordenado donde las figuras suben y bajan, rotan sobre si mismas, se agrupan e incluso luchan. Es clara la influencia y presencia de La Divina Comedia de Dante.

Ya no es el hombre que pintó la Capilla Sixtina. Era un Miguel Angel avejentado, pesimista, que había conocido las noventa y cinco tesis de Lutero, el saqueo de Roma por parte de las tropas de Carlos V y anticipaba el final del Renacimiento y la llegada del Barroco.

Desde enero de 1536 a noviembre de 1541, el pintor trabajó incansablemente en este fresco de 14,6 x 13,41 metros, sin más ayuda que la de un joven aprendiz que le ayudaba a machacar los colores.

En la corte papal creían que al viejo maestro se le había ido la mano, no sólo era la humanización de los ángeles que aquí no tenían alas, sino que la cantidad de genitales que poblaban la pintura, convertía el fresco en obsceno. Pablo III hacía oídos sordos a las críticas y seguía depositando su fe en el anciano pintor. El mayor enemigo fue Bagio de Cesena, maestro de ceremonias del Pontífice, del cual Miguel Ángel se vengaría mas tarde y como luego veremos, poniendo su rostro a Minos, Juez de los Infiernos, al que una serpiente le muerde el pene.

Después, el Concilio de Trento, tras fallecer Pablo III, decretó que se taparan un buen número de genitales. Dicho trabajo recayó en Daniele de Volterra, desde entonces conocido como Il Braghettone, por añadir trapo (braghe). Miguel Ángel nunca llegó a verlo, pues murió un año antes de que ocurriese

  
Desde siglos atrás, Cristo había sido un hombre adulto y barbado, tal y como lo atestiguaba el lienzo de la Verónica, a escasos metros de la Capilla Sixtina. Miguel Ángel rompe ese canon y pinta un Cristo joven e imberbe que recuerda al Apolo de Belvedere. 


Para romper aún más con la idea típica, minimiza las heridas de Jesús, sin darle importancia y da mayor relieve a la autoridad divina reflejada en su brazo derecho, tenso, con los dedos crispados, en expresión suprema del juicio sobre los pecadores

                        



La Virgen también es pintada de manera distinta y novedosa. La madre intercesora y doliente, orando ante Jesús, como aparecía en los primeros bocetos, deja paso a una Virgen que aparta el rostro de la terribilitá de la condena de Jesús y en un gesto de esperanza mira a la Cruz que tiene debajo en enseñanza de cómo seremos salvados si aceptamos la fe.



Al lado de Cristo y la Virgen, el pintor sitúa su árbol genealógico. En primer plano, desnudo y con una figura poderosa, está el Bautista. Si nos fijamos justo detrás aparecen dos caras, son Abraham y Sara y delante de ellos junto a Juan, está Isaac, hijo de los anteriores que se casó con Rebeca, encima de ese grupo, y cuyo hijo Jacob está justo encima al lado de su hermano Esau. Al lado de Cristo, su linaje más cercano, con velo y túnica, está Isabel, prima de la Virgen y a sus pies, su marido Zacarías, padres del Bautista. La figura de espaldas desnuda que sostiene una cruz es José, esposo de María



A la izquierda de estos, según se mira el fresco, encontramos, arriba del todo, cubriéndose la cabeza con un velo, a una avejentada Eva. Abajo en la izquierda y con el mismo tocado azul con que la pintó en el techo de la Sixtina aparece Judith, la viuda que liberó a su pueblo tras decapitar al General asirio Holofrenes. En el vértice contrario, una composición con dos mujeres, una agarrando las caderas de la otra y que corresponden a la iconografía clásica de Niobe y una de sus hijas haciendo un juego de simbolismos puesto que Niobe era, en la mitología, la más orgullosa de las madres. En el torbellino restante se cree que están las sibilas de la Antigüedad. 

Por el otro lado, a la derecha encontramos a Pedro como elemento más significativo y que centra la mirada. Lleva las llaves del cielo. A su lado, con larga barba, su hermano Andrés. Saliendo de las piernas de Pedro aparece una cara, Santiago, y a la izquierda, está Juan, el joven Juan, sin barba. Sobre él, la Magdalena.


Sobre una nube está San Bartolomé, al que Miguel Angel pintó como el poeta Pietro Aperino, que se ofreció a trabajar con el pintor en la iconografía y al ser rechazado se vengó escribiendo unos versos sobre la homosexualidad del maestro. La piel que sostiene es el propio Miguel Angel, indicando así que había sido despellejado por el poetastro.

 
En primer lugar aparece Pablo, de pie y dando paso al resto de figuras. El anciano de larga barba del extremo derecho, sobre la cruz es Adán y arriba del todo, junto a una figura con capucha roja está Noé. El hombre grande que sostiene la cruz es Simón de Cirene, que ayudó a Cristo a llevar el madero.



La figura que da paso a las otras con un brazo adelantado  es Josué. Su mano es el reflejo de la de Cristo, un juego ya que Josué es Jesús en hebreo. Debajo del brazo está Samuel. Sobre él Salomón, arriba de éste David y Moisés

Debajo de Pedro se sitúan los mártires. Agachado con una sierra está Isaías, sujetando una pequeña cruz el buen ladrón. Catalina de Alejandría lleva la rueda de pincho con la que iba a ser torturada. San Blas lleva los peines metálicos y San Sebastián, las saetas.


Los ángeles anuncian la verdad y llevan la lista de los que se salvarán y los que serán condenados. Vemos como el Libro de la Condenación a la derecha es más grande que el de la Salvación, a la izquierda,  y más pequeño.

Y así, los salvados ascenderán al cielo eterno, de nube en nube, alguno con ayuda de los ángeles. Llama la atención una figura encogida que por sus facciones parece un indígena americano.


Al otro lado, a la derecha, otro detalle, dos figuras que se aferran a un rosario y podría ser el musulmán con 99 cuentas, correspondientes a los nombres de Alá. De esta manera Miguel Angel reflejaría un cielo abierto para los hombres buenos independientemente de su raza o condición.


Es la lucha de ángeles y demonios por las almas. Se refleja el perdón, la lucha, la ayuda y la condena. Lucha feroz y  no todos pueden ser ayudados. A la derecha mientras un ángel disputa un hombre a un demonio que le agarra, otro pide ayuda mirando al cielo, pero no la obtiene. En el centro, sobre el corte de la loma vemos a un hombre ataviado con una mortaja gris emerger de la tierra donde está enterrado. A la izquierda, la única figura que aparece vestida lleva una túnica violácea, color de la penitencia, seguramente sería un sacerdote confesor. Debajo en el centro, vemos un grupo donde hay muertos que conservan la carne, otros que son huesos y otros, a mitad de camino. En la esquina izquierda un muerto trata de levantar su propia lápida.


El infierno de la Divina Comedia de Dante, “Abandonad, pues, toda esperanza aquellos que entráis”, para reflejar el inframundo. Es Caronte, el barquero que lleva a los condenados hacia la orilla de la laguna Estigia, la frontera entre la tierra y el mundo de los muertos, y  en la que Tetis sumergió a Aquiles para hacerle invulnerable salvo en el talón, lugar por donde le sostenía.  A la derecha del todo destaca Minos, el Juez delos Infiernos, una serpiente le muerde el pene, como dijimos antes. Encima, entre el fuego que no puede faltar en el infierno, asoma una cabeza. Es Lucifer.  A la izquierda entrando en el averno una figura entra en la cueva del infierno. Observando su postura, y dado que este fresco estaba en la pared del altar de la capilla, replica la figura del sacerdote que oficia la misa en una última ironía de la genialidad de Miguel Angel.