sábado, 12 de mayo de 2012

La mirada alta


Algo de lo más apasionante que tienen las ciudades es mirar. La calle es un poderoso escaparate donde sucede todo, relevándose por instantes las escenas y con una infinidad de personajes anónimos que suponen un espectáculo imposible de reproducir artificialmente. Es una especie de ser vivo compuesto de personas, objetos, acciones, circunstancias e incluso intangibles. Delante de nosotros suceden mil cosas a la vez, un hombre pasa rápido, un niño se despista, un coche frena, una nube descarga agua o sentimos miedo en una calle oscura. Sin duda, mirar en una ciudad es un ejercicio apasionante, una fuente de información inagotable y todo una diversión al alcance de unos pasos.

Pero hay otra forma de mirar: la mirada alta. Contemplar tu ciudad prescindiendo del espectáculo diario para mirar alto, a sus edificios, a sus balcones, a sus plantas superiores, a sus tejados, al horizonte por encima de ellos. Ayer, en la calle Segovia, ya anochecido, miraba hacia arriba y veía la parte de atrás de la Iglesia de San Pedro el Real, conocida por los madrileños como la de Jesús el Pobre, con su torre mudéjar del siglo XIV asomando por encima de sus tejados superpuestos a varias alturas. Enfrente el caserón de varios siglos y cinco pisos haciendo chaflán entre la misma calle y la escalinata abierta que lleva a la calle del Nuncio. Por encima, y desde una perspectiva en ascenso podía ver casas aún más altas que la enmarcaban y que parecían su sustento, como si la sujetaran para no precipitarse por la cuesta que acaba en el río. Al otro lado un edificio de los setenta, feo, funcional, intentando captar una modernidad que nunca tuvo y justo por el corte de su esquina, la cúpula de pizarra, enorme, coronada por una linterna de San Miguel. Hacia abajo, hasta el recodo que hace la pequeña curva, donde está la muralla, casas en la otra acera en hileras, cada calle a una altura, lo podemos adivinar por las filas de tejados, unas encima de otras.
 
Tenemos que ver la ciudad con la mirada alta para ver las casas, los edificios, que han sido dibujados con la pretensión de gustar, aunque su esencia sea dar refugio. Son los casi eternos decorados de las ciudades donde luego vemos el espectáculo de las gentes.


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