martes, 25 de octubre de 2011

Las cuentas del Gran Capitán

Modesto Lafuente lo contaba como hecho cierto aunque hay más de alguna duda de que fuese así. El caso es que la leyenda habla de las cuentas del Gran Capitán y nos viene muy a juego para hablar de cuanto llegan a cabrear algunos.

Su Primera Católica Majestad Fernando V de Aragón envió a Don Fernando González de Córdoba a conquistar el Reino de las Dos Sicilias que también disputaba el Rey de Francia, que ya se había apoderado del Ducado de Milán. Como ven, la rivalidad en la moda viene de lejos.

Siendo nuestro Gran Capitán, valiente guerrero y avezado general venció en sucesivas batallas a las tropas del de Anjou y conquistó con loor, gloria y maestría, Napolés y Sicilia para mayor gloria del Reino de Aragón y del futuro Gran Imperio Español donde no se pondría el sol.


 


Habiendo conquistado las tierras y pasando estas con todo lo que poseían a manos de los Reyes Católicos, el monarca en un afán de cabrear más que otra cosa, envió requisitoria al Gran Capitán para que diese debida cuenta de los dineros gastados en la conquista de las tierras italianas. El general español, irritado por la impertinencia y pasando del que dirán, le contestó al aragonés rey:

"Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas.

Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario.

Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla.

Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.

Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino"



Y es que puestos a tocar escondidas y pudendas partes, tampoco hay mucha diferencia entre majestades, noblezas y villanos, que uno aguanta hasta donde puede y más allá sólo Dios sabe como acaba la cosa porque metidos en cabreos cuando llega la calma ya ha jurado uno lo injurable, ofendido lo ofendible e ido más lejos de lo que el sano juicio recomienda. Y es que no haya nada más inaguantable que alguien queriéndote cabrear.

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