jueves, 10 de noviembre de 2011

John Ford



Leyendo el libro, La Perla de Steinbeck, recordaba otra obra del mismo autor, Las uvas de la ira y eso me llevaba a Ford. Al final, hablando de historias, siempre acabo en John Ford. 

Ese realismo épico, esa forma sentimental de contar incluso lo más duro, ese lirismo para explicar la realidad es algo que me engancha y me atrapa como ningún otro director. Personajes duros que se manejan en códigos de honor y deber pero que no están exentos de ternura como ese Capitán Nathan Brittless que daba novedades en la tumba de su mujer sentado en una banqueta mientras el sol decae, como el sol sólo decae en las películoas de John Ford, rojo, mágico y contracortado. Esa mirada entre John Wayne y Maureen O'hara en la iglesia derruida en las colinas de Irlanda que refleja en un contraplano todo el amor que pueden sentir dos personas. Y el toque de humor socarrón de esos secundarios impagables como Victor McLaglen, brutos, nobles, testarudos y leales. 

Es pura lírica en imágenes, pero sin la pretensión de serlo. Crear leyendas para explicar la realidad. Personajes que encarnan los valores de la sociedad. Ese abogado tenaz y valiente enfrentándose a Liberty Valance y ese Tom Doniphon, sosteniendo en segundo plano, todos los valores que James Stewart hace patentes. Es una manera de contarnos que el mundo se ha hecho a base de hombres valientes y de hombres justos. O la abnegación de ese sargento negro, orgulloso, digno, fuerte contra la injusticia que hace que todos queramos ser el joven teniente enamoradizo que cree en la causa que defiende con total y absoluta  determinación, la que proporciona el bien.

John Ford es uno de los nombres esenciales del cine. Nada habría sido el cine como sino es por su inmneso talento y por su forma de contarnos el mundo. Hay algo único en el cine de Ford, hace que la vida parezca aún mejor.

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