martes, 20 de diciembre de 2011

Pasión versus tibieza



Cuando en la Grecia clásica un hombre moría no hacían una acopio de logros y éxitos que hubiese tenido en vida sino que preguntaban únicamente: ¿Él tuvo pasión?. Esta era la esencia de la vida, atravesarla con pasión.

Acudiendo al diccionario de la RAE, no sale muy bien parada la pasión. Desde acción de padecer, a afecto desordenado del ánimo o afición vehemente a algo y algunas otras que no hacen que la definición se acerque al común del sentido con que entendemos la palabra. Y no me refiero a esos petimetres románticos que dieron en confundir la pasión con lo cursi, el fuego en las entrañas con los fuegos artificiales, no. Me refiero a lo que el común de nosotros entendemos por pasión. Ese sentimiento abrasador que vuelve en increíble lo normal, en excesivo lo ordinario, en maravilloso lo habitual, en vida y destino un simple paseo y en todo lo que es nada.

Pascal nos dejó una frase que ha triunfado a lo largo de los siglos, la famosa: "el corazón tiene razones que la razón no entiende", pero a mi me gusta más otra idea de él que le leí hace mucho tiempo y que entronca directamente con lo que estamos hablando, aunque sólo sea en un ámbito y piense que es extensible a todos los demás. El pensamiento es: "A fuerza de hablar de amor, uno llega a enamorarse. Nada tan fácil. Esta es la pasión más natural del hombre". Y como digo, y me atrevo a decir que bien digo, lo podemos llevar a todos los campos, porque si que la pasión más natural del hombre es enamorarse, y siendo así, todo es distinto, y siendo atrevido, diría que hasta es pleno, no hay mejor manera de vivir que apasionadamente.

O puede que no, que la tibieza sea la mejor manera de vivir. Claro que a lo mejor no se elige y como dijo Virgilio, a cada cual le vence su pasión y si ninguna te vence, quizás es la tibieza lo que te corresponde.


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