sábado, 17 de diciembre de 2011

Días de lluvia, días extraños

Son días de lluvia, tan extraños que siéndolo apenas hay lluvia y cuando la hay es violenta y dura con un afán destructor que se diría vengativo. Ya no existe esa lluvia melancólica, pausada, llorosa, esa que es un soplo de vida en el corazón de los melancólicos que necesitan hacer de lo triste y lo gris un motivo de celebración.

Son días extraños porque nada es definitivo y todo parece estar entre una pelea de contendientes extremos, frío y calor, verano e invierno, amor y desamor. El otoño es un paso hacia lo que viene desde lo que hubo, no tiene sentido desde si mismo y necesita de un antes y un después para ser. La primavera es una explosión de color, olor y vida; el otoño es ocre, húmedo y apagado. Hay algo intrínsecamente decadente en él y todo lo decadente encierra un sabor propio en el que nada es importante y todo se construye con cosas fútiles y nunca definitivas: gotas, hojas, viento... Quizás el otoño tenga un toque sabio en el que nunca habíamos caído. O si.

Días extraños, raros, de lluvia sin lluvia y yo me vuelvo más extraño, más raro y quiero que llueva aunque odie la lluvia. Cuando oigo cantar a Armando Manzanedo "esta tarde vi llover, vi gente correr" siempre espero que no llegue el siguiente verso "y no estabas tu". Pero veo llover y a gente correr y no estás tu.   

En el corazón de los hombres y las mujeres sensibles, los días de lluvia son un acontecimiento, un gozo para sus necesitados sentidos, una emoción tan a flor de piel que diríase que son hechos de agua en su esencia poética y no en su formulación química. En el corazón de los que en este valle de lágrimas somos descreídos, cínicos y nos avergonzamos de llorar nuncan ocurren ninguna de esas maravillosas sensaciones llenas de amor, dulzura y compañía. Claro, que tampoco nos las creemos y si llegásemos a creer que existen tan solo sería por admitir otros mundos y otras vidas y usarla como ejemplo y enseñanza de todo aquello que jamás debió ser y que en algún despiste del Sumo Creador se coló por alguna rendija.

Son días de lluvia y empieza a hacer frío cuando aún tengo la mente en manga corta y ganas de escapar ante este marrón eterno que pierde  jirones de eternidad a cada día, casi a cada hora para convertirse en nada. Miro atrás cuando las cosas eran azules y rosas, amarillas y verdes y se me rompe el aliento de pensar lo que fue y lo que queda hasta que vuelva a ser, aún sabiendo que nunca será como fue.
Resulta casi obsceno, como ir en contra de la naturaleza, estar alegre en otoño y como ya no tengo ganas, ni edad, ni valor de ir contra lo que tiene que ser, ni contra nada, hago el firme propósito de pasar un otoño triste y gris ajustado a tópico y realidad. Recuerdo no hace tanto, o si, otoños diferentes, inadvertidos, casi inconsistentes que apenas existían en la vorágine de vida que me atropellaba pero ahora que me duelen las rodillas, tengo cosida de cicatrices el alma y miró sin ver lo que antes veía, los otoños me parecen una pared vertical imposible de escalar.

Algún día acabarán estos días y algún día vendrán otros días y entonces espero que todavía haya algo que rescatar, que algo sobreviva a los días extraños que se avecinan. Aunque siendo sinceros, cualidad muy poco ejercitada en los últimos tiempos, a veces afortunadamente y otras con gran pena, ya no soy el que fui, sólo una mala copia desteñida, ni tengo aquello bueno que tenía, ya sólo queda el lugar donde estuvieron un día un par de virtudes y una forma despreocupada de sentir la mañana como si nada malo pudiese ocurrir.








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