jueves, 1 de diciembre de 2011

Echar de menos

Debe ser algo propio de la zona, de ese oeste que tarda más en anochecer. De tal manera que incluso lo han llevado a otras tierras lejanas en la que dejaron es impronta. Morriña, saudade, le llaman gallegos y portugueses que lo trasladaron también a Brasil. Ellos le pusieron nombre achar de menos y aunque su traducción es hallar menos por fonética lo convertimos en echar menos.

Fue tiempo después que Santa Teresa de Jesús, esa Santa a la que debemos tanto sin saber todo lo que la debemos, la que en su Libro de las Fundaciones lo adverbio con cantidades: me parece serán los más descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa harto menos muchas veces mi alma. Y pasó de ser "echar menos" a" echar de menos".



Cuando echas de menos, te das cuenta con cuanta intensidad y sentimiento. Te falta algo y notas el vacío y como los sentimientos aún difíciles de definir si tienen una sensación física identificable. Echar de menos hace que sientas un vacío, un lugar que de repente es la nada dentro de ti. Y lo peor es el terrible efecto contagioso que tiene, quizás sea una de las peores plagas, porque se extiende y se extiende en cuestión de momentos. A echar de menos a alguien, le sigue una cosa, y luego un sitio, y más tarde una época, y a continuación un forma de vivr y después, después de todo el efecto devastador, te echas de menos a ti mismo y entonces es cuando te das cuenta de cuanto echas de menos.

Sólo que nada es eterno y en este mundo moderno ni siquiera duradero, así que después de un ataque de melancolía, necesario para refrescar quien y como eres hoy en relación al que fuiste, sigues adelante.

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