miércoles, 28 de diciembre de 2011

La belleza

La belleza es verdad, la verdad es belleza, eso es todo lo que en la tierra sabéis, y todo lo que necesitáis saber. (John Kyats)

Pocas cosas son tan ciertas como la belleza. Es la excelencia de la forma, el esplendor de la materia. La belleza es un placer para los sentidos. La perfección, lo excelso reflejado en alguien o algo. Surge de la nada o surge caprichosamente de la nada. Lo es en un rostro que de la misma familia arroja belleza y otro no y lo es de la piedra o el lienzo. 

La belleza exalta nuestros sentidos, nuestra percepción sensorial, no sólo la de los cinco conocidos sino las miles de conexiones, etiquetas e ideas que están grabadas y recogidas en nuestro cerebro. Es fundamental para el concepto de belleza, el concepto de libertad, tanto en la creación de algo bello y en la percepción de eso mismo como bello. Sin libertad, la belleza no existe porque si se acota, limita y define, se constituye en norma y por lo tanto en algo estándar. Eso no excluye que haya proporciones, cánones, fórmulas, pero que surgen de la belleza. Primero apreciamos la belleza y luego su posible canon. La simetría, la proporción aurea, el número Pi... Da igual, son posteriores a la belleza. 

La belleza, al contrario de lo que pensamos, es universal. La gran mayoría se siente conmovido en su sensibilidad ante la explosión de belleza de Las Meninas o el David o la catedral de Milán. Así mismo lo hace ante las personas bellas desde el principio de los tiempos. En la belleza nos reconocemos todos al apreciarla y estimarla. 

Ante algo o alguien bello, nuestros sentidos se alertan, se ponen en funcionamiento pleno, envían información al cerebro que la procesa y la identifica como bello y en forma de impulsos eléctricos y reacciones químicas devuelve una sensación de éxtasis, de perfecto bienestar y somos felices en ese instante. 

La belleza emociona y conmueve y una de las aspiraciones del hombre es ansiar la belleza en lo que le rodea. 




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