martes, 17 de enero de 2012

Deseos


Los deseos surgen y surgirán, a pesar de no cumplirse o de las escasas posibilidades de ser cumplidos. De manera natural, casi siempre, con una apariencia de espontaneidad.

Uno siente la necesidad, la ilusión, la pulsión de algo, lo que sea, como consecuencia de un sentimiento, sea el que sea, desde el amor al odio, da igual. O no da igual, lógicamente, pero si que nacen de un sentimiento y este de una emoción, y como tal, su fin último es la satisfacción.

Y es aquí donde la racionalidad y el deseo conviven, en la posibilidad o no de que la satisfacción se cumpla, pero debe quedar claro que el deseo surge anterior a la contemplación de la posibilidad de satisfacción.

La satisfacción de un deseo es algo de por si bueno, por más que entendamos que en momentos pueda ser perjudicial, pero tener el deseo y entender que no puede ser satisfecho debe ser tratado con exquisito tacto interno, racionalizar, asumir, interiorizar que el deseo es bueno y que la insatisfacción de lograrlo no debe conducir a la amargura, ni a la destrucción.

El deseo cuando surge tiene vocación de futuro. Siempre por definición el deseo es un instante anterior a la satisfacción, generalmente muchos instantes, días, meses y años incluso. Entendemos, por lo tanto, que el deseo tiene una satisfacción futura y como cualquier acontecimiento sometido al devenir es improbable por naturaleza, improbable en una milésima infinitesimal si se quiere pero tiene algo de improbable, cuando no es el caso de que tenga mucho, que es lo más habitual.

Así que debemos comprender y entender que los deseos como tales son buenos, sin entrar en la bondad o maldad del deseo, que formaría parte de otro sustrato más interesante, la moral o la ética, porque parten de emociones y las ilusiones, pero que su no satisfacción tampoco puede ser fuente de frustración y trauma porque eso nos llevaría como mecanismo de autoprotección al bloqueo de deseos, a no desear y ahí estaríamos vulnerando la condición humana.


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