martes, 16 de julio de 2013

De noche

Hay alguna teoría que no adscribe los ciclos de actividad al día y la noche, sino que dice que estos se producen independientemente de esa división. Sin mayor conocimiento y, aunque tenga una explicación contraria que me contradiga, creo que soy nocturno.

         De todo el día cuando llega la noche es cuando mejor me siento, se afina mi percepción de las cosas, la agudeza de mis pensamientos, por más que no sean agudos, pero dentro de lo que hay, y me siento más vital. De hecho desaparece la sensación de falta de sueño que de general arrastro debido a las horas que me acuesto y a las que me obligan a levantarme, y eso que no se podría decir que madrugo.

         Todas las cosas me parecen mejor en la noche, un paseo, una botella de vino, un beso o una película en el sofá. Cierto que suena más a tópico literario y que cualquier memo con ínfulas de romántico diría algo así. Dios me libre, de lo uno y de lo otro, sobre todo de lo otro, pero prefiero una cena a una comida, un garito a las tantas que una merienda en una estupenda cafetería y una ciudad pintada de neones que de reflejos de sol.

         Y ya no es una cuestión sólo de preferencias, es vital. Me siento especialmente vivo a esas horas y todo me resulta especialmente placentero. No es algo que elija, es una sensación real.

         Luego viene toda una recreación, una novelación y todo lo que conlleva porque también ocurre, en la noche somos distintos, quizás porque nos sabemos más protegidos, quizás porque somos menos identificables, quizás porque la noche tiene también su punto de traición, reto y aventura pero somos otros. Y lo que es mejor, los demás también, incluso los diurnos. Somos la versión más canalla de nosotros mismos.



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